Sobre personas y organizaciones

Etiqueta: Personas Pagina 1 de 10

El arte de saber parar – para transformar

Tenemos que ir rápido, deprisa, correr, apresurarnos, sin más. El mundo corporativo nos ha inoculado la necesidad de ir corriendo a todos lados. Abrumados por targets, KPI’s, incluso OKR’s para los más avanzados, hemos convertido el día a día o la semana a semana en una carrera de velocidad constante que nos deja literalmente exhaustos.

Y alrededor de esta necesidad de velocidad de crucero, hemos construido inevitablemente muchos estereotipos y modelos de referencia que utilizamos para valorar lo que es eficiente, productivo o da resultados ultra-rápidos. Y, como es de esperar, evaluamos y juzgamos a las personas y a sus comportamientos en base a dichas referencias y estereotipos de rapidez y a su supuesta productividad en la ejecución de sus tareas.

Ir a toda velocidad, trabajar contra el reloj de forma permanente, instalarnos en la asfixia, nos conduce también a la misma velocidad a realizar juicios prematuros, evaluaciones distorsionadas, a mirar por el rabillo del ojo al que va más despacio que nosotros. Porque podemos llegar a naturalizar que no ir con la lengua fuera es sinónimo de no trabajar bien, de ser lento, de no ser productivo o eficiente.

Sobrevaloramos la velocidad, la prisa, el impulso, la rapidez y el papel que estos conceptos tienen para alcanzar resultados. Y pasamos por alto los riesgos adyacentes de tener el corazón y la mente revolucionados.

Sin embargo, precisamente ahora, en estos tiempos de incertidumbre absoluta y de convulsión tecnológica y digital es cuando más peligroso resulta una multa por exceso de velocidad en la autopista del cambio.

Porque no lo confundamos, transformar no es correr. Transformar es transformar.

Y un cambio que se hace excesivamente rápido puede hacer que nos salgamos en la curva del “roadmap”. Mantener excesivamente revolucionada una organización en proceso de cambio de forma constante, implica consumir mucha más energía de la recomendable, forzar los engranajes y tensionar la cadena de transmisión del middle management.

Si queremos llegar a término en cualquiera de los procesos de transformación que todos tenemos en modo “work in progress” en nuestras organizaciones tenemos que aprender a parar. Porque una de las claves de la transformación es controlar la velocidad del cambio. Saber regular el consumo de energía asociado al mismo.

Trabajar en un estado de permanente exceso de revoluciones es necesario en algunas ocasiones, pero no es sostenible a largo plazo. Es crucial identificar que momentos concretos y puntuales necesitan de verdad un acelerón y cual es el beneficio asociado y que otros momentos necesitan levantar el pie. Y parar.

Es imperativo poner en valor la capacidad de parar. De frenar, de levantar la mano y hacer que todos los que vienen por detrás se detengan junto a nosotros.

Dejar de sobrevalorar la capacidad de esprintar, de bajar de los 10 segundos en cada 100 metros que recorremos, e inculcar la idea de que un proceso de cambio es una carrera de fondo y nunca una carrera de alta velocidad.

Parar y educar a los demás en la necesidad de detenerse y de mirar atrás. Mirar los derrapes organizativos y entender el riesgo que supuso nuestro exceso de velocidad en el diseño de ese proceso o de aquella transacción y qué pusimos en peligro.

Parar y tener la capacidad de pensar e invitar a los demás a reflexionar: ¿Qué ganamos yendo a este ritmo? Y ¿Qué podemos llegar a perder?

Poner en valor comportamientos como la capacidad de analizar, de reflexionar, de idear, de proyectar, de, ante todo, pensar con calma, no para cambiar sin más, sino para cambiar mejor.

Detenerse y llegar a disfrutar de lo logrado. Recrearse en los logros y saborearlos para poder continuar.

Liderar el cambio implica necesariamente tener la habilidad de detenernos para pensar antes de actuar. Hemos infravalorado la capacidad de parar, de levantar la cabeza y tomar perspectiva, y de invitar a los demás a hacerlo.

Transformar requiere reflexionar y pensar y hacerlo de forma recurrente a lo largo de todo el proceso de transformación. Tantas veces como sea necesario. Marcar momentos de parada y repostar ideas, revisar si el motor organizativo está bien engrasado, analizar el trazado en cada tramo recorrido y también disfrutar de la distancia recorrida.

Liderar es transformar, y en este contexto de incertidumbre absoluta, liderar es también saber parar y enseñar a nuestro entorno más cercano el valor que se esconde tras la pausa, la calma y la reflexión necesaria en ese momento de bajada de revoluciones.

Porque liderar es ir contra corriente en este mundo hiper acelerado que apenas nos deja respirar, y practicar el arte de saber parar para poder transformar.

Pequeños comportamientos para un gran liderazgo

El liderazgo puede ser percibido por todos los sentidos. Además de todo lo que indiquen los manuales, modelos y los programas corporativos, el liderazgo, tanto el bueno, como el de menos calidad, es observable. Es más, el liderazgo adquiere sentido cuando es percibido.

El liderazgo, esa habilidad para hacer que otros crean en si mismos y hagan de los intereses individuales un propósito compartido, no requiere para ser percibido ni de un microscopio, ni de un telescopio, de otra forma sería demasiado pequeño, inapreciable por lo tanto o estaría demasiado lejos y sería inalcanzable.

El liderazgo de a pie, se observa a simple vista, sobre todo por todos aquellos que están cerca de él o forman parte del perímetro más cercano de quien ostenta ese rol.

Y resulta que a veces nos perdemos en la grandilocuencia, en la dimensión más macro, y en lo intangible, un error demasiado común cuando nos referimos de por sí a un concepto que es más líquido que sólido.

Precisamente, ahora que lo líquido está tan en boga, conviene hacer un esfuerzo por dotar de solidez y hacer palpable y visible el liderazgo de proximidad, el que consigue en última instancia que las personas se movilicen, el que hace que las personas crean en sí mismas y el que hace que estas se unan para lograr cosas increíbles… mientras, crecen, se divierten y refuerzan su compromiso. Algo nada baladí.

Pero si hay algo que permite determinar el tamaño y la calidad del liderazgo es la manera en la que este se comporta ante los pequeños detalles. Las cotidianidades del día a día a las que todo su entorno se ve sometido constantemente. Comportamientos que no suelen alcanzarse a través de ningún programa corporativo, hábitos que resulta difícil enseñar e inculcar, formas de ser y estar que sin duda alguna son observables a simple vista.

Alterar la agenda cuando alguna persona del equipo atraviesa un mal momento, tiene un mal día y se precisa poner el foco y la sensibilidad en la persona. O la capacidad de poner el foco en lo importante, las personas, y no en lo urgente.

La capacidad de preocuparse de forma genuina por los intereses, anhelos, miedos y expectativas de la gente que se tiene cerca. Sin poses, sin aditivos, simplemente porque interesa de verdad. Conversaciones donde las preguntas bien intencionadas pesan más que las preguntas inquisitoriales. O la capacidad de conversar de forma regular, con todos los miembros del equipo, de lo divino, pero sobre todo de lo humano.

Demostrar a golpe de imparcialidad que todos los que están cerca importan por igual, más allá de las afinidades y de los favoritismos propios de cualquier ser humano. Dicho de otra forma, la objetividad como forma de ser y estar en todos los comportamientos hacia las personas del equipo.

Ayudar sin esperar nada a cambio, tanto en lo profesional, ofreciendo perspectiva o dando espacio y recursos para crecer a diario, como en lo personal, también concediendo tiempo y espacio si es necesario en función de las circunstancias de cada uno. En otras palabras, estar al quite, en lo personal y en lo profesional.

Mostrar coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Calibrando en todo momento el impacto que tiene la coherencia y también la incoherencia. O lo que es lo mismo, ser sólido y no mostrar fisuras entre lo que se hace y lo que se piensa o dice.

Tener las conversaciones adecuadas para reconocer los logros y atribuir los méritos de forma objetiva, especialmente en los momentos donde ese reconocimiento ha de ser público. Es decir, actuar conforme al César lo que es del César.

Reconocer los errores de manera natural. El liderazgo no es infalible y por naturaleza es humanamente imperfecto. Asumir los errores y hacerlos públicos es un detalle esencial para ejercer el liderazgo. En otras palabras, practicar la humildad radical.

Comportamientos del día a día. Apreciables a simple vista.

Preocuparse de forma genuina y natural. Poner la prioridad en las personas. Entender las circunstancias de cada miembro del equipo. Ser coherente por encima de todo. Practicar la humildad radical. Reconocer los logros, independientemente del tamaño de estos. Hacer de la objetividad una forma de ser y estar. Rasgos que no solo definen la calidad del liderazgo, sino sobre todo la calidad humana.

Pequeños detalles que permiten alcanzar grandes logros.

Comportamientos de un liderazgo de proximidad para hacer que otros lleguen lejos.

Pequeños comportamientos imprescindibles para un gran liderazgo.

Gestionar en pequeño, para liderar a lo grande

Breve manual de resiliencia para reconstruirse frente a la adversidad

Nos esperan tiempos de cambios profundos. Estamos adentrándonos en una crisis que va a alterar nuestro status quo y nuestro orden individual y el de muchas personas que están cerca de nosotros.

Los próximos meses, quizás años, van a requerir una versión de nosotros mismos nivel premium en cuanto a resiliencia se refiere.

Sin embargo, hablamos de ser resiliente con una facilidad asombrosa, sin detenernos a analizar que implica serlo. Más arriesgado es aún animar o incitar a otros a la resiliencia si no nos hemos parado a analizar que significa sobrevivir (y aprender) de la adversidad y, lo más importante, cómo hacerlo…

Salvo que procedamos del universo Marvel y poseamos algún inconfesable superpoder – algo poco probable -, de una u otra forma vamos a tener que aprender a sobrevivir a la adversidad, a la incomodidad de los cambios y los incidentes críticos inesperados a los que esta adversidad nos va a llevar.

 

Solo hay dos tipos de profesionales: Los que ya han hecho frente a situaciones de cambios inesperados en su vida profesional y los que lo harán en algún momento de su vida.

Las probabilidades de que cualquier persona atraviese varias crisis a lo largo de su trayectoria profesional son… todas. La única cuestión es cuándo esas crisis o periodos de convulsión tendrán lugar y la forma en la que nos afectarán, pero con total certeza sucederán.

Los impactos que una persona puede vivir en su vida profesional a raíz de una crisis son múltiples. No todo se reduce a un posible despido o desvinculación de una organización. La adversidad es diferente para cada persona. Cuando para alguien enfrentarse a todo lo que implica un despido puede ser la mayor adversidad, otra persona puede ver en ello una oportunidad.

La adversidad es todo aquello que supone una amenaza para nuestro perímetro de seguridad psicológica y confort emocional. Todo aquello que nos perturba, que nos quita el sueño, que nos incomoda y que nos conduce a devaluar la mejor versión de uno mismo.

Todos nos enfrentaremos tarde o temprano a situaciones adversas. Esta adversidad tendrá una forma diferente para cada uno de nosotros, pero nos generará una sintomatología clara: pérdida generalizada de ilusión, emociones emergentes como tristeza, ira, frustración que anulan emociones positivas, falta de energía para realizar nuestro trabajo y, muy probablemente, una desconexión emocional con el proyecto. Todo ello tendrá un impacto directo en nuestra vida personal con el consiguiente riesgo de que ésta también se deteriore de una u otra forma si no encontramos los mecanismos adecuados para reaccionar ante tal adversidad.

La buena noticia es que existen mecanismos y acciones al alcance de todos para poder navegar en la tormenta, y, lo más importante, extraer los aprendizajes necesarios para crecer a partir de esa incómoda pero inevitable travesía.

Rodéate de gente que te conozca bien y que te aprecie. Esas personas serán tus anclajes fundamentales para no hundirte cuando haya varías vías de agua. Se trata de esas personas incondicionales que sabrán escucharte sin juzgarte. Hasta las personas más introspectivas necesitan el apoyo de su gente más cercana. Compartir las emociones que te genere esa situación de quiebre será un mecanismo fundamental para poder reaccionar.

Toma perspectiva haciendo aquello que te da energía. Cuando vivimos en primera persona una situación de crisis o conflicto, nos cuesta ver la claridad. Todo tiende a adquirir un tono gris y opaco que nos impide ver la realidad desde otra perspectiva. Aunque suponga un esfuerzo importante, es el momento de zambullirse en esa actividad que nos libera la adrenalina necesaria y nos genera energía positiva. Es difícil porque en una situación de adversidad la energía se consume rápidamente, pero es fundamental incorporar en la agenda con regularidad ese tipo de actividades. Encontrar fuentes de recarga de energía es un mecanismo esencial para surfear una fase de adversidad.

Hazte preguntas para extraer aprendizajes y diseñar nuevos escenarios. Forma parte de la condición humana atribuirnos la responsabilidad o la culpa de aquello que estamos viviendo y dedicamos demasiada atención y foco a encontrar respuestas que nos permitan entender por qué estamos viviendo lo que estamos viviendo. ¿por qué razón se prescindió de mí? ¿por qué no conseguí liderar ese proyecto? ¿qué dejé de hacer o que hice mal para no tener más oportunidades?… sin embargo, y ahí radica la dificultad, es preferible dedicar tiempo a formular preguntas que nos ayuden a proyectarnos de cara al futuro. ¿cómo lo haría mañana con lo que ahora sé? o, ¿a quién podría haber acudido antes de vivir aquella situación? Preguntas, orientadas a extraer aprendizajes que nos permitan proyectar un escenario diferente del que vivimos.

Haz autocrítica, es un ejercicio necesario para evolucionar personal y profesionalmente. En muchas ocasiones tendemos a buscar factores exógenos que nos permitan vivir confortablemente en la posición de víctima. Encontrar la responsabilidad en otras personas o en otras causas es más fácil que colocarse frente al espejo y hacerse preguntas incómodas. Sin embargo, y ahí radica el reto, mirar dentro y comprender cual es nuestra parte de responsabilidad es fundamental para identificar qué aspectos podríamos haber hecho de otra forma.

Pon foco, no es el momento de procrastinar. Cuando vivimos una situación de crisis o navegamos en la adversidad es difícil estar centrado. Consumimos demasiada energía en culparnos sin obtener aprendizajes, o en buscar las causas que expliquen la injusticia que vivimos. Todo ello desvía la atención de nuestro principal objetivo: aprender y extraer conclusiones que nos ayuden a corregir el rumbo o a poner uno nuevo. Concentrar toda la energía en extraer los aprendizajes es esencial para poder llegar a vivir otra realidad.

Se trata de pequeñas acciones al alcance de todos pero que suponen un sobre esfuerzo importante cuando estamos atravesando una etapa de incertidumbre, una mala racha o un quiebre vital.

Ninguna persona es lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a la adversidad por sí sola. Existen mecanismos que nos ayudarán a respirar, a tomar perspectiva, a identificar aprendizajes que sin duda nos permitirán reconstruirnos a partir de la tormenta.

Y, aunque sea un proceso ingrato, que nos genera dolor y frustración… existe otra buena noticia. Ser resiliente nos permite estar equipados con una de las habilidades o características que serán más determinantes en las organizaciones en el futuro inmediato. La travesía de una crisis causada por incidentes críticos no esperados no es algo exclusivo de personas, sino también de organizaciones.

Porque, al igual que las personas, las organizaciones necesitarán reconstruirse… reinventarse y renacer y, para ello no necesitarán personas inexpertas en el arte de surcar tempestades y tormentas imprevistas, sino todo lo contrario.

Paradójicamente, las empresas deberán identificar a aquellas personas que tuvieron la capacidad de navegar en la adversidad y aprender de ella. Aquellos que pese a no tener el viento de frente llegaron a puerto. Personas con la capacidad para levantarse e incorporar los aprendizajes de la caída. Profesionales que supieron renacer de sus cenizas, que aprendieron a cerrar sus heridas y a desarrollar la resiliencia necesaria para mirar hacia delante y construir una nueva realidad.

Una organización tendrá más posibilidades de renacer y de reconstruirse cuanto mayor sea el nivel de resiliencia de las personas que hay dentro de ella. Porque las organizaciones no se reconstruyen solas, sino a través de las personas que las forman y de su resiliencia colectiva.

 

 

Foto de Harrison Haines en Pexels

Talento: personas, sentido y sensibilidad

 

El talento siempre ha sido un bien preciado y, en épocas de crisis, aún más. El saber hacer de forma diferencial adquiere un peso específico determinante para generar valor en las situaciones más comprometidas o difíciles. Y no vivimos precisamente tiempos como para desperdiciar el talento que tenemos a nuestro alrededor, más bien todo lo contrario.

Hablamos de talento con demasiada soltura. En ocasiones hasta me atrevería a decir que nos referimos a él sin tener en cuenta algún que otro ángulo muerto.

Por eso, por su valor incalculable en tiempos de crisis y por la necesidad de facilitar su capacidad de manifestarse, creo que puede ser útil poner en perspectiva algunos aspectos que suelen pasarse por alto – o a los que simplemente no ponemos atención – cuando nos referimos al talento de alguna persona y a cómo y por qué éste se pone en acción.

No se trata de descodificar uno de los conceptos más manoseados de la literatura del management, así que me referiré al talento como esa capacidad excepcional o esa habilidad extraordinaria que una persona manifiesta de forma natural, en comparación con aquellos con quien se relaciona y que suele ser percibido por todos a simple vista.

El contexto y las circunstancias adecuadas

En demasiadas ocasiones lo pasamos por alto, pero el contexto es una variable determinante para que el talento que posee una persona pueda darse en su máxima expresión.

El contexto lo forman entre otros, el entorno, la cultura, las circunstancias y el momento en el que se encuentran tanto la persona como la organización. El contexto es un factor crítico. Lo suficiente como para que, si no es el adecuado, las habilidades excepcionales de alguien nunca lleguen a brillar.

Por lo tanto, si la organización no ofrece el momento adecuado, si entre la cultura de la organización y los valores de la persona no existe un match razonable, o, si la situación personal por la que atraviesa un profesional no es la más propicia, el contexto puede llegar a ser más una barrera que un facilitador del talento.

Un entorno de confianza y seguridad psicológica

Nadie, absolutamente nadie, es capaz de expresar sus habilidades en su máxima expresión si no se encuentra en un entorno de confianza plena. Ni siquiera las personas con mayor nivel de resiliencia pueden desempeñar sus principales habilidades si no habitan en un entorno que les ofrezca la seguridad psicológica necesaria.

Cuando la confianza no es plena, cuando los juicios y las etiquetas sustituyen a la objetividad, en definitiva,  cuando una persona percibe un entorno inestable en términos de seguridad emocional, nunca se comportará con naturalidad. Y cuando una persona no se expresa con naturalidad es muy poco probable que demuestre sus habilidades más excepcionales.

Por lo tanto, sin confianza y seguridad emocional el talento estará cohibido, se mostrará coaccionado y nunca se expresará en su máximo potencial.

Vínculos y conexiones

Cualquier organización es un ecosistema donde existen múltiples conexiones entre todas las personas que forman parte de él.

Los vínculos y las conexiones son imprescindibles para que el talento de una persona pueda manifestarse. Cualquier persona se enfrentará a múltiples situaciones con multitud de personas que forman parte de esa red y de ese ecosistema.

Formar parte de esa red es fundamental para poder construir el entorno de confianza y de seguridad necesarios. Una persona con talento en una organización requiere ser parte del ecosistema, de otra manera sus habilidades no tendrán el mismo impacto ni el mismo valor y probablemente nunca lleguen a mostrarse tal y como son.

El apoyo incondicional del liderazgo

El contexto y las circunstancias más favorables, el entorno de confianza y seguridad más robusto y formar parte de la red, requieren de una dimensión esencial. El apoyo del liderazgo.

Quizás nos estemos refiriendo a la atribución más relevante y significativa de una persona con responsabilidad sobre otras personas.

Sin el apoyo inquebrantable y sólido de un manager el talento jamás podrá alcanzar su máxima expresión. Porque la principal tarea de un líder no es identificar las capacidades o habilidades más significativas de las personas de su equipo, sino ayudarle sin excusas y con convicción a que construya los vínculos necesarios dentro del ecosistema organizativo. Conexiones que le ayudarán a construir el entorno de confianza y seguridad necesario y desde donde podrá crear las circunstancias y el contexto necesario para que su talento se exprese tal y como es.

Uno de los retos de las organizaciones de nuestro tiempo es entender que el talento no es un elemento aislado, que la expresión del mismo requiere observarle sin ángulos muertos y que forma parte de un sistema más sofisticado y complejo.

El reto de los profesionales de la gestión de talento es entender que lo más complicado no es identificar las habilidades de las personas en la organización, ni trabajar en el diseño de modelos para construir planes de desarrollo individual, ni siquiera construir modelos competenciales de última generación.

El auténtico desafío para las organizaciones de nuestro tiempo y para aquellos que trabajan en entender el talento es comprender que éste no es suficiente por sí mismo.

El talento necesita de otras personas que ayuden a construir el contexto y las circunstancias adecuadas. Requiere personas que fomenten las conexiones y los vínculos necesarios. Y sobre todo, precisa que la persona que desempeñe el rol de líder comprenda esta realidad para que el talento se pueda expresar en su máximo potencial y de esa forma genere el valor necesario.

Por lo tanto, el reto es conseguir que el talento genere el contexto favorable: ayudándole a hacer match con la cultura y dándole soporte para encontrar el momento más adecuado. Eliminar los obstáculos que puedan impedir que tenga un entorno de seguridad psicológica y promover que se produzcan las conexiones necesarias. En definitiva, dotarle de sentido.

Lo esencial es cuidar que todas las personas cuenten a su lado con la calidad ética, objetiva y humana de los líderes que tienen en su mano la capacidad de liberar el talento que tienen los demás. En definitiva, rodearle de la sensibilidad necesaria.

Porque sin las personas adecuadas el talento nunca se manifestará de forma excepcional.

Porque el talento siempre será cuestión de personas, sentido y sensibilidad.

L+1: El liderazgo de la “nueva realidad”

No recuerdo un periodo tan convulso, agitado, incierto y que haya provocado tantas emociones en tan poco tiempo y en tantas personas al mismo tiempo. Me temo que no soy el único y que la gran mayoría de profesionales de las diferentes generaciones que conviven en nuestras empresas tampoco lo recuerdan. Ni siquiera nuestros mayores en las organizaciones, los baby boomers, recordarán una etapa en su vida profesional tan extrema.

Aún inmersos en el ojo del huracán, nos asaltan las dudas de cómo será nuestro futuro más inmediato. Tenemos necesidad de saber en qué medida nuestra realidad habrá cambiado cuando asomemos la cabeza del bunker hogareño en el que estamos confinados.

 

Nuestra necesidad de respuestas certeras será directamente proporcional al tiempo que habremos pasado atrapados en esta situación de confinamiento solidario y responsable.

Cuanto más tiempo pasemos atrapados, más predicciones y vaticinios necesitaremos.

Mientras los gobiernos y las instituciones sanitarias luchan contra reloj por la búsqueda de una vacuna, las empresas trabajan contra el mismo reloj para diseñar el regreso de sus profesionales tras la etapa de confinamiento y el levantamiento del estado de alarma.

Los comités de crisis constituidos en la mayoría de las organizaciones de cierta envergadura trabajan sin fatiga para preparar el que muchas empresas han llamado día D+1. El día después del regreso.

Un regreso a una normalidad diferente. A una realidad diferente. Porque difícilmente algo podrá ser como antes.

Las personas están viviendo el mayor experimento de aprendizaje colectivo conocido hasta ahora. Todos, sin exclusión, regresaremos habiendo aprendido algo nuevo, habiendo hecho algo por primera vez.

Muchas personas habrán vivido el impacto de la pandemia en primera persona. Los más afortunados en una segunda o tercera línea. Pero mucha gente habrá sentido el dolor de no poder despedirse de un ser querido con dignidad. 

Las organizaciones han aprendido que las slides con el término VUCA se pueden convertir en realidad. Nunca un acrónimo echó por tierra con tanta sencillez los ejercicios de “budgeting” y “forecasting” de tantas empresas al mismo tiempo.

Las personas han aprendido a relativizar, a diferenciar lo urgente de lo importante. A poner en valor muchas cosas de su vida cotidiana que daban por hechas y a las que habíamos despojado de valor. Estamos aprendiendo a recolocar nuestras prioridades. Y, cuando eso sucede, las personas suelen tomar decisiones.

Jamás hasta ahora las personas se habían enfrentado a la necesidad de pensar como relacionarse con sus familiares, con sus compañeros de trabajo y con sus amigos. Nunca hasta ahora habíamos mirado con recelo a alguien rebasando un límite de dos metros de distancia.

Muchas organizaciones, celosas de otorgar libertad más allá de sus fronteras físicas para que sus profesionales trabajasen en remoto, han tenido que romper sus paradigmas de ausencia de confianza sin miramientos, aprendiendo que no hay resistencia al cambio que valga cuando existe una necesidad real.

Y muchas personas regresarán el día D+1 enfrentándose al temor de la pérdida de su trabajo, o con la duda razonable de si lo recuperarán en caso de haberlo perdido durante la etapa de reclusión.

Desconozco como será nuestra “nueva normalidad”. Ni siquiera creo que el nombre que se está acuñando haga justicia. Que forma tendrá. A qué nuevos hábitos y comportamientos nos llevará. Que secuelas nos dejará y por cuanto tiempo perdurarán. Pero todo parece indicar que esa «nueva realidad», nos empuja inexorablemente hacia una nueva forma de liderar.

Nos estamos adentrando en un tiempo donde se requiere un verbo liderar que signifique más que nunca conversar, escuchar, apoyar, tranquilizar, empatizar, impulsar, reconstruir y, por supuesto, emocionar.

Nuestra “nueva realidad” demandará personas que lideren la reconstrucción, no de instituciones y empresas, sino, por encima de todo de personas y emociones.

El futuro más inmediato reivindicará un nuevo orden en las cosas, donde se necesitarán…

Más conversaciones poderosas y menos presentaciones en power point.
Más espacios para escuchar y menos órdenes que ejecutar.
Más ideas que liberar y menos procesos que definir.
Más permisividad para expresar emociones y menos límites para mostrarse vulnerable.
Más interés por comprender el fondo y menos presión para diseñar la forma.

Una “nueva realidad” que pone en valor de manera radical a las personas que destacan por su inteligencia emocional, por su capacidad para hacer que otros se reconstruyan a sí mismos. Personas con esa exquisita habilidad para generar confianza de forma natural, sin poses ni aditivos. Profesionales con sensibilidad para entender sus emociones y las de los demás.

La “nueva realidad» en la que pronto estaremos instalados, restituirá el valor de las personas con vocación genuina en las personas, en su desarrollo y en la reconstrucción de las mismas.

Parafraseando a Golpes Bajos, no parece que corran buenos tiempos para la lírica, pero sin duda corren tiempos para dar forma a un nuevo estilo de liderazgo, o quizás, un estilo no tan nuevo, pero sí mas propio de otro tiempo.

Quizás el deseado por todos día D+1, marque también el resurgir de L+1, el liderazgo de la “nueva realidad».

 

Puedes leer el arrtículo oríginal escrito para la newsletter de Abril de CENTHRO (Asociación Centro de Aedipe)

Photo Credit: markfly1 Flickr via Compfight cc

Pagina 1 de 10

Funciona con WordPress & Tema de Anders Norén