Tenemos que ir rápido, deprisa, correr, apresurarnos, sin más. El mundo corporativo nos ha inoculado la necesidad de ir corriendo a todos lados. Abrumados por targets, KPI’s, incluso OKR’s para los más avanzados, hemos convertido el día a día o la semana a semana en una carrera de velocidad constante que nos deja literalmente exhaustos.
Y alrededor de esta necesidad de velocidad de crucero, hemos construido inevitablemente muchos estereotipos y modelos de referencia que utilizamos para valorar lo que es eficiente, productivo o da resultados ultra-rápidos. Y, como es de esperar, evaluamos y juzgamos a las personas y a sus comportamientos en base a dichas referencias y estereotipos de rapidez y a su supuesta productividad en la ejecución de sus tareas.
Ir a toda velocidad, trabajar contra el reloj de forma permanente, instalarnos en la asfixia, nos conduce también a la misma velocidad a realizar juicios prematuros, evaluaciones distorsionadas, a mirar por el rabillo del ojo al que va más despacio que nosotros. Porque podemos llegar a naturalizar que no ir con la lengua fuera es sinónimo de no trabajar bien, de ser lento, de no ser productivo o eficiente.
Sobrevaloramos la velocidad, la prisa, el impulso, la rapidez y el papel que estos conceptos tienen para alcanzar resultados. Y pasamos por alto los riesgos adyacentes de tener el corazón y la mente revolucionados.
Sin embargo, precisamente ahora, en estos tiempos de incertidumbre absoluta y de convulsión tecnológica y digital es cuando más peligroso resulta una multa por exceso de velocidad en la autopista del cambio.
Porque no lo confundamos, transformar no es correr. Transformar es transformar.
Y un cambio que se hace excesivamente rápido puede hacer que nos salgamos en la curva del “roadmap”. Mantener excesivamente revolucionada una organización en proceso de cambio de forma constante, implica consumir mucha más energía de la recomendable, forzar los engranajes y tensionar la cadena de transmisión del middle management.
Si queremos llegar a término en cualquiera de los procesos de transformación que todos tenemos en modo “work in progress” en nuestras organizaciones tenemos que aprender a parar. Porque una de las claves de la transformación es controlar la velocidad del cambio. Saber regular el consumo de energía asociado al mismo.
Trabajar en un estado de permanente exceso de revoluciones es necesario en algunas ocasiones, pero no es sostenible a largo plazo. Es crucial identificar que momentos concretos y puntuales necesitan de verdad un acelerón y cual es el beneficio asociado y que otros momentos necesitan levantar el pie. Y parar.
Es imperativo poner en valor la capacidad de parar. De frenar, de levantar la mano y hacer que todos los que vienen por detrás se detengan junto a nosotros.
Dejar de sobrevalorar la capacidad de esprintar, de bajar de los 10 segundos en cada 100 metros que recorremos, e inculcar la idea de que un proceso de cambio es una carrera de fondo y nunca una carrera de alta velocidad.
Parar y educar a los demás en la necesidad de detenerse y de mirar atrás. Mirar los derrapes organizativos y entender el riesgo que supuso nuestro exceso de velocidad en el diseño de ese proceso o de aquella transacción y qué pusimos en peligro.
Parar y tener la capacidad de pensar e invitar a los demás a reflexionar: ¿Qué ganamos yendo a este ritmo? Y ¿Qué podemos llegar a perder?
Poner en valor comportamientos como la capacidad de analizar, de reflexionar, de idear, de proyectar, de, ante todo, pensar con calma, no para cambiar sin más, sino para cambiar mejor.
Detenerse y llegar a disfrutar de lo logrado. Recrearse en los logros y saborearlos para poder continuar.
Liderar el cambio implica necesariamente tener la habilidad de detenernos para pensar antes de actuar. Hemos infravalorado la capacidad de parar, de levantar la cabeza y tomar perspectiva, y de invitar a los demás a hacerlo.
Transformar requiere reflexionar y pensar y hacerlo de forma recurrente a lo largo de todo el proceso de transformación. Tantas veces como sea necesario. Marcar momentos de parada y repostar ideas, revisar si el motor organizativo está bien engrasado, analizar el trazado en cada tramo recorrido y también disfrutar de la distancia recorrida.
Liderar es transformar, y en este contexto de incertidumbre absoluta, liderar es también saber parar y enseñar a nuestro entorno más cercano el valor que se esconde tras la pausa, la calma y la reflexión necesaria en ese momento de bajada de revoluciones.
Porque liderar es ir contra corriente en este mundo hiper acelerado que apenas nos deja respirar, y practicar el arte de saber parar para poder transformar.
JOSE LUIS RODRIGUEZ LOPEZ
Andrés, has llegado aún grado de madurez profesional excelente. Enhorabuena
Andrés Ortega Martínez
Muchas gracias Jose Luis, es todo un halago profesional viniendo de ti.
Tenemos que vernos pronto. Muchas cosas que actualizar.
Un abrazo enorme
JOSE LUIS RODRIGUEZ LOPEZ
cuando quieras
José Miguel Bolívar
Excelente reflexión, caballero, que comparto al 100%.
Como experto en efectividad, puedo asegurar sin margen de error que, en el 99% de las situaciones, hacer cualquier cosa deprisa —incluyendo transformar una organización— significa hacerlo mal. Las cosas tienen su tempo.
De todos modos, creo que es el típico efecto péndulo que se repite a lo largo de la historia.
Hemos pasado de la «parálisis por análisis» de las organizaciones a un «hacer por hacer» en el que lo único que importa es hacer muchas cosas y hacerlas muy deprisa, aunque la mayoría de ellas sean cosas sin sentido.
Un abrazo fuerte.
Andrés Ortega Martínez
Sabia que te resonaría querido José Miguel. Yo no soy experto en efectividad y productividad, pero si soy capaz de identificar las consecuencias de no dedicar tiempo a racionalizar, a parar, a entender, a mirar con múltiples perspectivas.
Por eso merece la pena detenerse y parar para poder transformar como es debido.
Un abrazo fuerte
Andrés
Mirka Plasencia
Estimado, Andrés
No lo has podido explicar mejor con lo que estoy totalmente de acuerdo. Recién llegada a Madrid ( donde por fin nos conocimos ) te diré que un día yendo a coger a el metro veía que todo el mundo corría y corría mucho, y también sin tener por qué hacerlo hasta que ese día me paré en seco en el medio de una escalera no eléctrica y me dije :- no corras, el metro que vas coger pasa cada 4´ y voy con tiempo suficiente a mi destino –
La pandemia nos ha venido a decir que es momento de cambiar por algo, de hacer las cosas mejor por algo, de vivir en detalle desde nuestra esencia para ser mejores creando un entorno de bienestar en lo físico y profesional.
Comparto,
Un abrazo,
Mirka
Iván Alejandro Huerta Rodríguez
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Antonio Hernandez
Vivir acelerado te pasa la cuenta tarde o temprano, y todo lo que haz conseguido no tiene valor cuando pierdes lo mas importante, tu salud (fisica y emocional) o te pierdes de los momentos mas lindos con tus hijos. En el plano profesional es necesario ser competitivo y eficiente, pero es secundario.
Muy buen articulo Sr. Ortega, lo seguire leyendo!
Karina Salas
Enhorabuena Andrés,
Gran reflexión que comparto plenamente. La transformación requiere de pausa, de alguimia, de cambios profundos y eso siempre lleva sus tempos.
Feliz año,
Karina Salas