Vivimos deprisa, excesivamente deprisa.
Los cambios acaecidos al son de la revolución tecnológica de los últimos años han generado un modelo social, cultural y por supuesto empresarial vertiginoso.
Quien más y quien menos, independientemente de su actividad profesional y de sus circunstancias vitales, ha visto como su línea de vida dejaba de tener forma de carrera de fondo para convertirse en un sprint constante, una especie de contra reloj vital.
Sin tiempo ni espacio para preguntarnos por qué, nos hemos encontrado sobreviviendo en un contexto y realidad ultra acelerado por nosotros mismos.
Y, en ese proceso de vida ultrasónica y agitada, se nos va desgastando la esencia. Las prisas, que nunca fueron buenas consejeras, nos han instalado en la exigencia, impidiendo mostrar la mejor versión de nosotros mismos en muchos órdenes y circunstancias de nuestra vida.
La tensión y ese intento estéril por no vivir asfixiados en todos los roles que desempeñamos generan una erosión silenciosa y progresiva de quien somos. Esta especie de “speed life” en la que andamos inmersos desdibuja nuestras mejores cualidades, imposibles de florecer en un contexto de urgencia y de inmediatez. Nos rendimos a la vertiginosidad. Tratamos de abarcar más de lo que humanamente podemos. Las exigencias nos oprimen y aunque nos empeñemos en negarlo en muchas ocasiones nuestra propuesta de valor, resta y no suma.
Paradójicamente, la sociedad y la economía del conocimiento, han contribuido a que nos conozcamos cada vez menos.
Bajo el dominio de este tiempo, rápido, vertiginoso y acelerado, en ocasiones, casi sin darnos cuenta, nuestra vida se resquebraja. Todo estaba sucediendo, nuestro día a día estaba repleto de indicios y señales, pero no había tiempo de detenerse en ellos, sencillamente, estábamos demasiado ocupados.
Mientras se deterioraban nuestras relaciones principales, mientras se evaporaba la vida de alguien cercano, mientras perdíamos referencias, mientras sucedían momentos vitales esenciales que jamás volveríamos a recuperar…mientras tanto… tú, yo, nosotros… teníamos que hacer, conseguir, lograr, alcanzar y llegar… a, supuestamente, algún lado.
Y, en esas circunstancias, hay momentos en los que nuestro yo, hinca las rodillas, superado por los acontecimientos y sucumbe a la realidad, probablemente víctima de un entorno vucalizado.
Sin embargo, precisamente, en esos momentos de quiebre, de absoluta zozobra vital; en esos momentos en los que nuestro mundo se desordena, en los que emergen nuestros miedos, nuestras dudas más existenciales, donde, encogidos de hombros, miramos con incredulidad lo que ha sucedido, es entonces donde se esconde la mayor de nuestras oportunidades…
Y aunque los miedos nos paralicen, las lágrimas nos impidan ver con nitidez, o los juicios puedan generar un ruido insoportable en nuestros oídos… es justo ahí, en medio de esa sensación de catarsis, cuando hay que tirar de sentidos y dirigirlos todos en la misma dirección: hacia dentro de uno mismo…
Si esto sucede, es, precisamente en medio de ese terremoto existencial, justo desde el mismo centro del huracán que levanta del suelo todo lo que habíamos construido, justo ahí, es cuando con mayor fuerza debemos apelar a detenernos, a congelar el mundo y mirarnos dentro…
Pregúntate. No es tiempo de buscar respuestas… sino de hacerse preguntas las adecuadas.
Escúchate. Tiempo de dejar de hablar con otros para conversar con uno mismo; para sencillamente escuchar que tenemos dentro.
Reconócete. Date el privilegio de volver a encontrarte. Mírate, recórrete. Date el placer de descubrir aristas y curvas que no sabías que existían.
Discúlpate. Tiempo de perdonarse a uno mismo, de abandonar el auto-castigo, de enterrar ese amargo gusto por vapulearnos a nosotros mismos.
Permítete. Momentos para lanzarse, para probarse, para tentarse, para descartar el pudor que solemos concedernos.
Descúbrete. Tiempo de despojarse de caretas, de disfraces, de maquillajes. Tiempo para desnudarse frente al espejo.
Entiéndete. Momentos para comprender que nos mueve por dentro, que sacude nuestra alma y de que no estamos dispuestos a prescindir.
Enfréntate. A tus miedos y a tus tempestades, pero igualmente a tus anhelos, deseos y a tus inquietudes y sueños.
Conócete. Pregúntate, escúchate, reconócete, discúlpate, permítete, descúbrete, entiéndete, enfréntate, en definitiva, conócete… sé tú medio con un único fin…
Quiérete. Sabiendo tu esencia y tu razón de ser.
Porque precisamente en este contexto caracterizado por lo impredecible, lo volátil y lo incierto, nunca podremos dar nuestra mejor versión de sí mismos, ni hacia nosotros ni hacia todos aquellos que nos acompañan en este viaje vital si no hacemos el esfuerzo de saber quiénes somos, por aceptarnos desde ese autoconocimiento cada vez más necesario…
Porque ese exterior agitado e inquietante, nos sugiere la imperiosa necesidad de llevar a cabo una cuidada y mimada introspectiva…por ellos, pero sobre todo por y para uno mismo…
En ese apasionante viaje… sé quién soy… y tú, ¿quieres saberlo?
Jesús Mari
Gracias Andrés es una buena guía para pararse y reflexionar y escucharnos.
Andrés Ortega Martínez
Gracias Jesús Mari!
Una guía necesaria me atrevería a decir… 😉
Un fuerte abrazo!
Andrés
JOSE LUIS RODRIGUEZ LOPEZ
¡enhorabuena Andrés! me ha encantado tu artículo que revela una gran madurez y profundidad para analizar el aquí y ahora de nuestra vida. Tenemos demasiados inputs, estímulos, retos, impulsos,demandas, urgencias, …., que no nos permiten ubicarnos y saber quien somos y dónde queremos ir o por qué hacemos lo que queremos y si eso es en realidad lo que queremos.
Andrés Ortega Martínez
Gracias José Luis,
Como siempre, un auténtico placer contar con tus comentarios en el blog.
Demasiados inputs… así es, no deberíamos tardar mucho en quedar para charlar 🙂
Un fuerte abrazo
Andrés
Guaci
Gracias,
Inspirador, auténtico, veraz y, ahora más que nunca, necesario.
Andrés Ortega Martínez
Muchas gracias por tu comentario!
Un saludo!