Cuanto ganaríamos en nuestro entorno profesional si aprendiésemos a ver la vida, y a vivirla desde la perspectiva de un niño. Ni que decir tiene si trasladásemos al entorno profesional el significado que para los niños tienen muchos conceptos que forman parte de nuestro día a día laboral.
Este post pretende ser un ejercicio proyectivo, un guiño a vuestra imaginación a través de la mía, os propongo un reto, tratad de imaginar cómo serían las relaciones profesionales si estás estuviesen gobernadas por una lógica y plástica infantil….
Los colores inundarían las mamparas, columnas y divisiones de la oficina, el espacio de trabajo cobraría vida a través de azules, rojos intensos, amarillos y toda una amplia de colores vivos y divertidos, los carteles anunciando salas y despachos tendrían forma de nubes y flores y las letras serían gordas superpuestas unas en otras y de diferentes colores.
El café matutino se sustituiría por el zumo y el batido, el “bocata” o el “bollicao” de media mañana desplazarían al pincho de tortilla, la tertulia no giraría entorno al partido del domingo sino al episodio más divertido de Bob Esponja, Gormitis o Dora la Exploradora.
A las reuniones se iría de la mano y en fila, para que no se perdiese nadie y para empezar siempre puntuales. Se respetaría escrupulosamente el turno de palabra y solo levantar la mano daría derecho a expresar la opinión, no habría rangos ni favoritismos, tan solo la ley del más rápido alzando el brazo.
Las relaciones interpersonales estarían gobernadas por el “te ajunto”, “no te ajunto”, pero con una capacidad vertiginosa para perdonar al prójimo y volver a ser el amigo inseparable de un minuto para otro, el rencor y la venganza no tendrían cabida.
Los puestos de trabajo se dispondrían en mesas de a cinco, y cada trimestre se cambiarían a los integrantes del equipo para que puedan conocer y trabajar con los demás miembros del grupo, la dimensión de la palabra equipo y compañero nunca tendría tanto sentido.
La creatividad y las ideas más originales se premiarían a diario, gozando del reconocimiento por parte de todos y provocando un estruendoso aplauso en señal de gratitud y aprobación por el derroche de originalidad, la vergüenza no tendría cabida.
Empujados por la inocencia, diríamos siempre la verdad, aunque esta no fuese siempre agradable de escuchar para algún compañero, no tendríamos miedo al castigo o la reprimenda porque lo más valioso es ser honesto consigo mismo y con los demás.
Vivir nuestra actividad profesional como niños y no como adultos nos permitiría rescatar valores que hoy en día, tenemos olvidados o cuando menos aparcados. Conceptos como el compañerismo, la amistad, la diversión, el juego, deberían formar parte de nuestro decálogo de comportamiento.
Competencias como, orientación a resultados, orientación al cliente, trabajo en equipo, impacto e influencia, comunicación interpersonal, liderazgo, sensibilidad organizacional, pensamiento creativo, etcétera, cobrarían una nueva dimensión si rescatásemos de nuestro manual de comportamiento muchos de las actitudes y enfoques que tuvimos hace años como niños y que paulatinamente fuimos abandonando a medida que nos adentrábamos en la edad adulta.
Resultaría apasionante tener la capacidad de adoptar y aplicar el prisma infantil vs el enfoque adulto a nuestro antojo mediante la mera inserción de un microchip, en función de la situación que tuviésemos que abordar; mientras la tecnología desarrolla esa solución, hoy más propia de un film de ciencia ficción, estará en nuestras manos y más concretamente en nuestra propia capacidad de imaginación el adoptar el enfoque infantil para tratar de desarrollar ideas o solucionar parte de los conflictos de nuestro quehacer profesional. No me atrevo a vaticinar la probabilidad de éxito tras la aplicación de este atrevido método, pero si estoy convencido de que regresaríamos a casa con un sonrisa dibujada sintiéndonos más felices.
Javier C.
Qué razón y qué utópico parece al mismo tiempo… pero aunque probablemente la realidad del día a día y nosotros mismos hagamos que esto no sea posible, siempre habrá quienes tengamos la suerte de tener alguien cerca en nuestro entorno profesional que nos haga sacar de vez en cuando ese niño que llevamos dentro y haga que recordemos lo divertido, creativo y eficiente que puede ser jugar sin dejar de ser un profesional… incluso en tiempos oscuros.
humanbeingelblogdeandresortega
Gracias por tu comentario Javier,
Efectivamente este planteamiento tiene gran parte de utópico y en ello recala su atractivo, por ser diferente y dificilmente alcanzable. Efectivamente el mundo real ya se encarga de evidenciarnos cada día la dificultad de llevar a cabo este atrevido enfoque, pero al menos, deberíamos hacer un esfuerzo por entender los beneficios que nos reportaría de tanto en cuanto cambiar el chip y volver a entender la realidad como un niño, aunque solo fuese durante cinco minutos al día…
Un abrazo,
Andrés
JL Rodriguez
Sigo rescatando esos elementos encantadores de la infancia, y pasando a un segundo plano los menos favorables. La frescura, la ingenuidad y el probar cosas nuevas son comportamientos fundamentales a la hora de la innovación; por eso, habría que diseñar herramientas para impulsar la creatividad que tanto falta en las organizaciones, porque al final siempre preferimos caminar por el lado seguro, iluminado, antes de adentrarnos en paisajes que pueden ser fascinantes pero nos da un miedo tremendo emprender el camino
humanbeingelblogdeandresortega
Efectivamente Jose Luís, la aventura es innovación y eso es algo intrinsecamente relacionado con el apetito y necesidad por descubrir cosas nuevas que un niño tiene. Como impulsar la creatividad debe ser el objetivo en toda organización que entienda y asuma que la innovación es desarrollo y por tanto crecimiento. Creo que cada vez son mas las organizaciones que hacen esta lectura y se esfuerzan por crear espacios propicios para que su staff sea más «atrevido», fomentar la parte creativa de sus empleados, aún así y a pesar de los avances, todavía hay mucho camino por recorrer.
Gracias por tu comentario
Un abrazo
Andrés
AHA
Me ha encantado este tema, realmente es esto en lo que consiste la felicidad: en no juzgar. En no emitir juicios de valor sobre nada ni sobre nadie (comportamiento de jefes y compañeros), en hacer la cosas para disfrutarlas (no sólo porque me pagan), en pensar en positivo (todo saldrá bien), en aprender a perdonar (y no recordar los errores), en querernos, en abrazarnos, en dejarnos llevar. Cuando somos bebés, respiramos inspirando desde el estómago, a medida que crecemos olvidamos cómo respirar y lo hacemos entrecortadamente desde el pecho, si olvidamos algo tan básico como respirar a medida que crecemos, no ‘desaprenderemos’ también otros aspectos tan básicos como disfrutar de la vida y cuidarnos? Y trasladado al ambiente de trabajo, cuántos de nosotros disfrutamos cada mañana pensando en las oportunidades y retos que nos presenta el día? En como saborear y ver desde otro ángulo aquellas tareas que nos resultan tediosas y convertirlas en algo que podamos hasta disfrutar? Al final, se trata de cuidarnos y pensando en negativo no lo hacemos, con lo cual, bienvenida una visión infantil de la realidad, personal y profesional.
humanbeingelblogdeandresortega
Gracias por tu comentario,
Precisamente de eso trataba el post, de cuestionarnos que haríamos diferente cada mañana si nuestra visión no fuese la de un adulto que ha «desaprendido» comportamientos que nos inculcaron desde niños y que ahora deberíamos rescatar. Me han gustado mucho las preguntas que has lanzado en tu comentario y que sin duda alguna, deberían formar parte de nuestro decálogo de buenos propósitos a diario cada vez que entramos por nuestro centro de trabajo.
De todas formas, no nos engañemos, adoptar la vision de un niño es una tarea realmente complicada, pero un esfuerzo que merece la pena realizar.
Andrés