El pequeño de mis hijos ha pasado una noche infernal, no me ha quedado más remedio que levantarme de madrugada e intentar consolarle meciéndole sobre mi regazo para que no despertara al resto de la familia.

Con unas pocas horas de sueño en el cuerpo me he puesto en pie para comenzar el día. Antes de despejarme con una ducha rápida he preparado la mochila de Laura; hoy tiene campamento de verano, (ese gran y necesario invento de los últimos años que nos permite “conciliar” durante parte del periodo estival) y había que elaborar la equipación a base de crema solar, toalla, gorra para el sol, manguitos de supervivencia…

En tiempo record me he compuesto para salir volando hacia el trabajo, claro está, después de llevar al pequeño a la guardería, que Dios mediante, continúa con su actividad y horario habitual durante el mes de Julio.

De llevar a Laura al campamento se ha encargado mi pareja, quien afortunadamente trabaja en una multinacional que hace tiempo interiorizó que la flexibilidad en el trabajo es una necesidad más que una moda pasajera, haciendo una correctísima lectura del nuevo orden social.

Por este orden: un atasco de media hora, dos reuniones matutinas, una conference call , un sándwich vegetal y un kit-kat como dieta mediterránea del día, la confección de dos informes, la revisión del avance de dos de los proyectos en los que trabaja mi equipo y aproximadamente un número indecente de emails leídos y respondidos…. Emprendo mi viaje de regreso a mi conciliada vida.

Primero, de vuelta a la guardería, en la que Marcos es ya de los últimos en salir, afortunadamente para mi sentimiento de culpa, no es el último niño, desafortunadamente para los pequeños cuyos progenitores corren peor suerte en cuanto a sus horarios que yo. (Pienso mientras le estrujo en un abrazo cargado de afecto y le como a besos)

Al llegar a casa, primero paso a recoger a Laura por casa de una de las vecinas de la “urba” quien amablemente me da cobertura durante este mes en el capítulo de “recogidas”.

El nivel de mi batería ya hace un buen rato que se encuentra en zona roja…, pero aún me quedan unas pocas tareas por delante, aunque lo enfoco de otra manera mientras me siento dos minutos en el parque que hay al lado de casa en el que Laura y Marcos juegan un rato antes de empezar las sesiones de baño.

Afortunadamente mi pareja entra en escena, ya a última hora de la tarde, para darme soporte en las partidas que restan hasta que dé con mis huesos en el sofá… baños, cenas, y el ritual de cada noche que gira en torno a orinales y cepillado de dientes, para culminar con una narración de cuento que dará por finalizado el capítulo infantil del día que comenzó párrafos atrás.

Nada tiene de excepcional ni de heroico esta relación de responsabilidades y logros que en otro tiempo pertenecieron y fueron exclusiva de un solo género y que de un tiempo a esta parte hemos incorporado a nuestro portfolio de quehaceres diarios aquellos que nos afeitamos cada mañana y que, eso sí, salvo que una alteración del genoma humano se produzca, nos seguiremos encargando de realizar la revisión periódica del coche en la ITV.

El nuevo orden social, nos ha obligado a compartir ese rol exclusivo de superhéroe cotidiano que nunca nos perteneció, ni se nos asignó, y que más que probablemente, no quisimos incorporar hasta que la realidad nos cruzó la cara, evidenciando que todo esto es cosa de dos. Bienaventurados aquellos que se consideran normales, y no creen ser superhéroes, por contribuir diariamente en poner del derecho el mundo que tanto tiempo estuvo del revés.