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Las 3 claves de la revolución Agile: maestría, autonomía y propósito

Que el contexto profesional en el que desarrollamos nuestra actividad profesional ha cambiado drásticamente resulta una obviedad. Lejos de prever una simplificación del mundo en un  futuro cercano, al contrario, existen indicios de que los próximos años aún se modificará mucho más ese contexto.

La irrupción de la inteligencia artificial, IoT, machine learning, la realidad aumentada y virtual por mencionar tan solo algunos de los avances tecnológicos más en boga, transformará todavía con más virulencia la manera en la que las empresas y profesionales  desempeñarán su actividad.

Muchas organizaciones están reaccionando a la complejidad del contexto, a las nuevas demandas de sus consumidores y a la necesidad de evolucionar sus modelos de negocio adoptando metodologías agiles (Scrum, Lean, Canvan) en su forma de trabajar.

Pero ser Agile no es ser el más rápido y adaptarse, sino asumir de forma generalizada una nueva mentalidad en la forma de construir y generar valor dentro de la empresa, poniendo al cliente en el epicentro  de la cadena de valor.

Ser agile implica estar dispuesto a cuestionar, deformar e incluso eliminar determinados paradigmas aún dominantes en la mayoría de organizaciones.

Ser agile implica derrocar la estructura de silos.

Ser agile significa asumir la necesidad de aprender de forma constante.

Ser agile implica entender la importancia de yo para hacer excelente el nosotros.

Por ello, dar el paso de la transformación agile es – además de diseñar un nuevo modelo organizativo basado en tribus y equipos multi-disciplinares (squads) – trabajar de manera sistemática y sistémica sobre tres elementos esenciales para que esta nueva forma de organización de trabajo tenga el impacto real esperado.

Maestría, autonomía y propósito son, sin duda, las tres claves que permiten no solo entender la razón de ser de un entorno agile, sino que este pueda generar valor de forma neta.

Maestría

Entendida como dominio de una disciplina o área de conocimiento.

La forma de generar valor en el seno de un equipo de trabajo multi-disciplinar se sostiene sobre el nivel de especialización de todos y cada uno de los miembros del equipo.

Cada persona debe aportar el nivel de maestría necesaria en su área funcional para hacer que la entrega de valor se produzca de principio a fin sin salir de los confines del equipo.

Adquirir el nivel de maestría necesario en un contexto permanentemente cambiante solo es posible si, en paralelo, se asume la necesidad de aprender e incorporar conocimientos de forma constante. De lo contrario, el equipo se resentirá si alguno de sus miembros no domina su área de expertise.

De esta manera, es crucial tener presente la importancia de estar constantemente aprendiendo para asegurar que se cuenta con el nivel de maestría que se requiere para sostener la cadena de valor del equipo.

Autonomía

Entendida tanto de manera individual como colectiva como el nivel de compromiso para hacer en tiempo y forma lo que se tiene que hacer.

Cualquier profesional que desarrolle su actividad en un modelo agile debe entender la necesidad de responsabilizarse individualmente de la parte del trabajo que tiene que desarrollar dentro del equipo del que forma parte.

Autonomía, por lo tanto, no entendida exclusivamente como la posibilidad de hacer el trabajo de forma independiente sino como, ante todo, la asunción de la responsabilidad y el compromiso individual.

No es viable desarrollar equipos multi-disciplinares autónomos si cada profesional del mismo no es responsable de llevar a cabo las tareas que le corresponden.

La toma de consciencia generalizada de este nivel de responsabilidad, primero individual, es un elemento esencial para que el equipo sea realmente autónomo.

Propósito

Propósito entendido como el PARA QUÉ. Porque el auténtico motor que permite dar sentido a la actividad que lleva a cabo un equipo de trabajo conformado por diferentes personas cada una de ellas experta en una disciplina es entender de forma cristalina para que hacen lo que hacen individualmente y cuál es el impacto de su esfuerzo y de su dedicación.

Sin para qué no hay entrega de valor real, porque cuando un profesional no entiende para que hace lo que hace su trabajo se convierte en una actividad descafeinada.

Propósito, entendido como la razón de ser de la actividad de un profesional, de un equipo y del conjunto de equipos de toda la organización. Sin propósito no hay paraíso agile posible.

Iniciar un proceso de transformación organizativa implementando metodologías agiles no consiste solamente en diseñar una nueva estructura y arquitectura de procesos y flujos de trabajo, sino, ante todo, entender que existen tres elementos fundamentales que dan solidez y cohesión a una nueva mentalidad organizativa colectiva.

La transformación agile representa, sobre todo, una revolución cultural en la empresa que la lleva a cabo.

Una revolución que solo puede entenderse si existe un propósito compartido y cada profesional y equipo entiende para que hace lo que hace y como ello impacta en el propósito colectivo.

Una revolución que se sostiene cuando cada profesional acepta individualmente su nivel de responsabilidad y compromiso para que la autonomía no sea una utopía sino una realidad dentro de cada equipo.

Una revolución afianzada por la maestría en el conocimiento de todas y cada una de las personas que forman parte de la organización.

La transformación agile no es tan solo un conjunto de rituales, ceremonias y nuevos roles, sino la evolución de una empresa mediante la gestión del conocimiento (maestría), la democratización del liderazgo (autonomía) y la definición precisa de su razón de ser (propósito).

La revolución Agile – Bienvenido a la Tribu…

La idea de la transformación (tanto digital como cultural…) no solamente se ha consolidado en los últimos años, sino que se ha convertido en el epicentro y la razón de ser de la estrategia de negocio de un buen número de compañías.

Durante los últimos años el concepto VUCA hizo su trabajo calando hasta los huesos la idea de la transformación incluso en los más agnósticos del lugar. Ahora, no solamente no existe ninguna duda sobre la necesidad de evolucionar y cambiar, sino que la mayoría de organizaciones de cierto calado hace tiempo que iniciaron sus correspondientes procesos de transformación.

 

Pero, mientras los líderes y equipos que abanderan la transformación se encomiendan a su loable misión,  se consolida una filosofía de trabajo que obligará a que muchos profesionales dibujen sus comportamientos incorporando otro tipo de colores y matices.

El Agilismo, que nace a los albores del S.XXI como un método alternativo a las tradicionales y pesadas metodologías de desarrollo de software, irrumpe con una fuerza demoledora en la organización del trabajo y en la propuesta de generación de valor de áreas organizativas no relacionadas necesariamente con el desarrollo de software.

De esta manera y apoyándose en una filosofía que pretendía encontrar mejores formas de desarrollar software, nace el Manifiesto Agile; una declaración de intenciones en toda regla, cuyos pilares fundamentales son:

  • la primacía de personas e interacciones sobre procesos y herramientas.
  • la generación de valor de una forma incremental sobre la generación de excesiva documentación.
  • la colaboración estrecha con el cliente frente la negociación contractual.
  • la capacidad de respuesta ante el cambio frente a la planificación.

La adopción de la filosofía Agile más allá del mundo del desarrollo de software significa mucho más que subirse al carro de la enésima tendencia de turno en el mundo del management. Considerar que tan solo se trata de la última moda en materia de organización del trabajo es un ejercicio demagógico realmente arriesgado.

Ser Agile no es simplemente ser rápido, ni tan siquiera ser flexible. Convertirse en una organización Agile implica estar dispuesto a ser flexible, adaptable, rápido, dinámico y por supuesto colaborativo alzándose en pie de guerra contra determinados paradigmas consolidados y que suponen un freno al proceso transformativo de muchas organizaciones.

Ser Agile es estar dispuesto a derrocar el status quo imperante en la cultura organizativa dando protagonismo a las personas y sus conversaciones e interacciones frente a los procesos organizativos.

Ser Agile es asumir el error y la equivocación como una parte natural del proceso de generación de valor frente a la estéril búsqueda de la perfección en un mundo en constante transformación.

Ser Agile es colaborar y cooperar con el cliente, convirtiendo a este en un nodo fundamental del circuito organizativo frente a la pesada y poco operativa negociación contractual.

Ser Agile es tener auténtica capacidad de respuesta ante el cambio como única variable constante frente al cada vez más estéril ejercicio de planificación.

Ser Agile es, en realidad, hackear la cultura organizativa convencional acomodada en la definición de procesos y en el exceso de burocracia.

Pensar y actuar en Agile tiene como  objetivo aportar valor de manera incremental, utilizando  el aprendizaje continuo y despenalizando el error tanto individual como colectivo.

Pensar y actuar en Agile implica otorgar libertad de acción a las personas organizadas en equipos multidisciplinares de alto rendimiento autónomos e independientes en su forma de operar; equipos, agrupados a su vez en tribus guiadas por un propósito ligado a la estrategia de negocio y conectadas a su vez entre sí.

Trabajar de acuerdo a los principios de la metodología Agile no solo implica comprender la filosofía de un manifiesto, sino, fundamentalmente,  abandonar nuestras raíces más profundas y aceptar la obsolescencia de conceptos como puesto de trabajo, departamento, control o jerarquía que han delimitado nuestra zona de confort históricamente.

Se trata de emprender un viaje hacia un nuevo territorio, inexplorado, que representa un aprendizaje en sí mismo, asumiendo la imposibilidad de predecir las etapas ni las aventuras que encontraremos en ese camino.

Un viaje organizativo y cultural, exento de certezas y repleto de aprendizajes.

El impacto que una filosofía de estas características tiene en materia de gestión de personas es un auténtico tsunami respecto de la mayoría de procesos y prácticas con las que en la actualidad trabajamos.

El cambio de comportamientos necesario para emprender este viaje con mínimas garantías de éxito obliga a su vez a que aquellos profesionales orientados a personas aprendamos a interpretar las señales –y no precisamente de humo – para ayudar a que otros pongan en práctica de forma natural la cooperación, la resiliencia, la práctica de la conversación, el nosotros frente al yo, o la naturalización del error en un contexto de continuo aprendizaje. En estos comportamientos radica el secreto para aportar valor genuino en la economía del S.XXI

Muy pronto conceptos como chapter lead, squad, iteración, product owner, retrospectiva, obeya room o scrum comenzarán a formar parte de nuestro lenguaje habitual aunque no seamos profesionales con un background tecnológico. Un nuevo lenguaje para decodificar una nueva realidad cultural y organizativa.

Queramos o no, somos profesionales contemporáneos de un nuevo modelo, de una nueva filosofía que nos invita a explorar nuevos territorios, a vivir y comportarnos de acuerdo a nuevos rituales… a formar parte de un nueva realidad organizativa…

Bienvenido a la tribu…

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