A lo largo de todos estos años gestionando personas o ayudándoles a auto gestionarse desde mi rol de profesional de RRHH, he llegado en muchas ocasiones a la misma conclusión: si la mayoría de profesionales fuesen plenamente conscientes de sus mejores aptitudes y realizaran un concienzudo análisis de en que son excepcionales, lo más probable es que se ganasen la vida  realizando algo sustancialmente diferente.

Sin embargo, también en la mayoría de ocasiones no resulta así; el sistema en general nos ha perfilado (y sigue haciéndolo) para seguir un patrón determinado, un perfecto itinerario que conduce a la supuesta felicidad: estudiar para hacernos hombres y mujeres de provecho, formarse en una o varias disciplinas para a partir de ahí poder desempeñar con éxito un trabajo en una o varias organizaciones que nos permitan canalizar todo nuestro talento para crecer profesionalmente y alcanzar un status y reconocimiento con el paso de los años.

Es imperativo, realizar una profundo autoanálisis de quiénes somos y que sabemos hacer para replantearse si efectivamente seguir ese guión a pies juntillas nos conducirá al éxito y nos permitirá experimentar la felicidad, entendiendo esta como la sensación de sentirse bien consigo mismo y generar esa sensación en los que nos rodean.

Pero como somos animales de costumbres y se vive tan sumamente bien en la zona de confort, la mayoría de profesionales se deja llevar por la propia inercia y el devenir del tiempo, se adaptan al hábitat y al guión, incluso hasta se sienten realizados.

Sin embargo, quien más y quien menos de todos los que formamos parte de este circo profesional (me incluyo)  en algún momento de nuestra carrera nos hemos sentido en el alambre y hemos dudado sobre si lo que hacemos es realmente lo que queremos hacer; hemos pensado si estaríamos mejor con nosotros mismos haciendo aquello que nuestra esencia excepcional nos invita y empuja a realizar.

Y, muchos de esos profesionales  durante su andadura por el alambre ha mirado hacia abajo y han sentido un profundo vértigo, que les ha dejado paralizados, atenazados, inmóviles, sin capacidad de reacción por un tiempo. En ese punto de inflexión muchos han optado por apartar la vista del suelo, mirar de nuevo hacia delante y continuar en el alambre, manteniendo el equilibrio, caminando lentamente paso a paso, con sumo cuidado para llegar al otro extremo, y por supuesto sin volver a mirar hacia abajo para no experimentar de nuevo la atracción al vacio.

Pero existe un porcentaje de profesionales que en ese punto de inflexión, con su mirada asomada al “abismo”, bien porque alguien zarandeó el alambre desde un extremo o bien porque ellos mismos decidieron abandonar el equilibrio, se han atrevido a saltar.

No existe mayor riesgo que lanzarse al vacío sin saber si al final habrá una red que cuando nos recoja nos impulse hacia arriba con mayor fuerza, pero muchos de los profesionales que siguieron caminando para llegar al otro extremo, habrían dado cualquier cosa por experimentar esa sensación de libertad aunque fuese por unos instantes a lo largo de su carrera.

Gestionar la carrera profesional es un ejercicio de auto-responsabilidad, implica tomar las riendas de nuestros pasos; en este proceso no hay decisiones correctas o incorrectas, todas pueden ser lo uno o lo otro dependiendo de las circunstancias, pero es necesario hacer un análisis pormenorizado de quiénes somos y qué queremos alcanzar bien sea para seguir caminando en el alambre o para saltar al vacío.