No me gustan las modas, creo que condicionan y restan protagonismo a los gustos auténticos y reales de las personas. Sin embargo social y empresarialmente las necesitamos. Da la sensación de que si no nos sumamos a ellas somos menos “cool”, menos progres y corremos el riesgo de anquilosarnos y fosilizarnos.

Ahora la moda es la innovación. Cada vez mantengo más conversaciones al respecto. Algunas de mis reflexiones me posicionan, me catalogan como innovador.  Es irrelevante, lo sustancial es   enfocar la realidad desde perspectivas diferentes.

No voy a recurrir a la Wikipedia ni al diccionario de la RAE para definir que es la innovación. Os voy a dar mi definición:

La innovación es el resultado de conectar la curiosidad con la voluntad de transformar una obviedad.

Pero sin embargo el término parece estar asociado casi exclusivamente a grandes descubrimientos, a portentosos avances científicos y tecnológicos;  el ser humano ha evolucionado y ha desarrollado la sociedad (o eso creemos) a golpe de innovación, es decir siendo curioso y queriendo transformar algo que parecía obvio… como no poder volar.

Creo que debemos hacer un esfuerzo por naturalizar el término y la idea de la innovación, hacerla asequible y cercana al ciudadano de a pie que no viste de bata blanca, que no habita en un laboratorio. Innovar es un proceso natural y convencional que todos tenemos más al alcance de la mano de lo que parece.

Todos podemos innovar, introduciendo pequeñas variaciones en las rutinas, series y repeticiones en las que se convierte nuestro proceso mental, nuestra forma de vida.

Pero esta tendencia tan progre y de última generación que encarama a lo alto del pedestal la cultura de la innovación parece en realidad una cortina de humo, porque la realidad nos da señales de que innovar está penalizado, delata inconformismo, la innovación provoca “estigmatismo”.

Curiosa paradoja. Nuestra realidad socio –económica nos reclama con urgencia que planteemos alternativas, que propongamos formas diferentes de hacer, que estudiemos nuevas formas de enfocar nuestros negocios, que curioseemos, que cuestionemos si hacer lo de siempre sigue siendo válido para provocar resultados diferentes. Nuestro entorno nos define una necesidad que nosotros transformamos en moda y tendencia, pero que en raras ocasiones llevamos a la práctica de forma tácita. Es como aquel vestido estrambótico que desfila por la pasarela captando cientos de flashes, siendo portada de revista de tendencia, pero luego nunca vemos en los escaparates de las tiendas de a pie.

La innovación está de moda, pero tal y como se proyecta no se vende a pie de calle.

Verbalizamos la importancia de la innovación, pero en realidad muy pocas organizaciones y muy pocos profesionales deciden innovar con todas sus consecuencias, porque en realidad innovar se convierte en una conducta de riesgo, y, a casi nadie le gusta padecer “estigmatismo”.

Deberíamos ser coherentes, no banalicemos la innovación, es demasiado importante para convertirla en una mera moda. Tampoco la idealicemos, nuestras organizaciones no saldrán de su agujero por el mero hecho de cuestionar paradigmas de forma sistemática. La innovación debe ir acompañada de una ambición organizativa bien definida, de una estrategia y hoja de ruta clara y  bien comunicada, de un liderazgo transgresor y transformador que pivote en torno a la ética, de una gestión de personas  que genere espacios y entornos abiertos donde el talento se libere para contribuir directamente al negocio, pero sobretodo, requerirá de un convencimiento, de la creencia honesta en la innovación.

Solo si permitimos que nuestros profesionales piensen diferente, que se cuestionen los procesos y además lo hagan con libertad de movimiento, estaremos sentando las bases de una cultura innovadora. Mientras tanto, cualquier otra aproximación maquillada bajo formato I+D, de Web Social corporativa, nos llevará al “estigmatismo” de la innovación y al astigmatismo… a ese defecto visual que nos hacer ver la realidad desenfocada, sin nitidez.

El estigmatismo de la innovación conduce al astigmatismo de la organización. No convirtamos la innovación en una moda no consumible, sino en una práctica posible.