Sobre personas y organizaciones

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Sin ética no hay compromiso

Vivimos una situación de quiebre emocional organizativo de forma generalizada. La pandemia de COVID19 ha sacudido todos y cada uno de los rincones del planeta sin excepción.

Desde hace unos meses casi la totalidad de empresas son testigos del deterioro de sus cuentas de resultados y del desgaste de un porcentaje no minoritario de sus profesionales.

Es la segunda crisis económica importante en una década.

Conscientes de lo crucial que es ahora “arrimar el hombro” “go the extra mile” “tomar la iniciativa”, un gran número de directivos se han instalado en la idea de que las personas son lo más importante en las organizaciones que gestionan. En cierto modo casi ofende que sea así, porque eso puede ser síntoma de que en el pasado no lo fueran.

 

Como se hizo en la anterior crisis, recurrimos a la idea de que la nueva economía en esta desconocida nueva normalidad que nos envuelve justifica más que nunca el retorno al humanismo; que la “nueva normalidad” será implacable con aquellas organizaciones que no ensalcen la figura de la persona, que ha dejado de convertirse en un recurso para ser la célula fundamental del sistema productivo.

Y mientras el tsunami coge fuerza y velocidad desde las empresas (ni siquiera desde todas) nos empeñamos en poner en marcha todos los engranajes posibles para que ahora, las personas, cobren protagonismo y se conviertan en el epicentro de las presentaciones corporativa. Porque ahora lo importante es gestionar el compromiso para seguir a flote.

También parece que ha llegado la hora de desterrar términos como talento y liderazgo que durante tantos años fueron la piedra angular de la gestión de los recursos humanos en muchas organizaciones… porque ahora todo debe orbitar entorno a ese mantra llamado persona… y corremos el riesgo de olvidar que el liderazgo siempre será necesario para activar el talento que todos portamos.

Por más que sean términos manoseados hasta la saciedad… me resisto a guardarlos en el baúl de los recuerdos. Hay conceptos que nunca pasan de moda…

Necesitamos más que nunca creer en el binomio digital-persona porque para alcanzar resultados en esta nueva realidad hay que abandonar a la desesperada el pensamiento analógico.

Estamos obligados a digerir la aceleración sin precedentes de la transformación digital a golpe de trabajo en remoto, de programas de upskilling, de experiencias de empleado top y, como no, modelos de “change management” y liderazgo para, una vez más, potenciar el compromiso.

Asumimos que todos estos mecanismos activarán el máximo nivel de “engagement” de las personas y, por lo tanto, harán saltar la chispa que encienda el desarrollo del nuevo producto o servicio que nos saque del atolladero, volviendo a liderar el ranking de la industria correspondiente. Creemos que las nuevas tendencias en gestión de RRHH, serán el bálsamo de fierabrás que nos ayude a tirar de riñón en este inesperado “Tourmalet”.

Y mientras inventamos términos que marcarán las tendencias de la gestión de personas en un futuro inmediato (ciertamente algunas necesarias) que reemplacen a las obsoletas prácticas, podemos no caer en la cuenta de que puede que haya un elemento tan sencillo como determinante e imperecedero para conseguir que las empresas consigan misiones imposibles a través de sus personas.

Porque mientras la digitalización nos engulle, mientras construimos nuevos conceptos, mientras sepultamos las practicas asociadas a la economía industrial… no debemos ni podemos olvidarnos de la ética, del valor de hacer lo moralmente adecuado, del impacto que supone predicar con el ejemplo, de la imperiosa necesidad de trabajar con la verdad sin maquillar la realidad, de la virtud que supone la honestidad en primera persona, de entender que conseguir el bien común está por encima de cualquier interés individual. De ser ecuánime. En definitiva, del valor incalculable que esconde la ética para generar compromiso.

Las grandes proezas organizativas nunca tendrán lugar solamente por ser vanguardistas, ni mucho menos por jubilar anticipadamente los conceptos apolillados en el baúl de los recuerdos del management… sino más bien por actuar con una ética inquebrantable, férrea y honesta.

Por parte de todos. Pero, sobre todo, por parte de aquellos que en estos días de nueva normalidad tienen la enorme responsabilidad de ser un referente para los demás.

Porque no lo olvidemos, sin ética, no hay compromiso.

Los que saben de talento

Los que saben de talento saben de buena tinta que se avecinan tiempos complicados. Que toca racha de vacas flacas adelgazadas por un virus diminuto y esta vez será más difícil de lo normal estimar cuanto tiempo pasará hasta que las vacas vuelvan a engordar.

En las organizaciones se ha generado el caldo de cultivo ideal para que los que saben de talento hagan sus vaticinios. Equipados con el poder de ver lo que otros no ven ya están identificando las capacidades de los mejores, de los talentos que permitirán mantener a flote el navío durante la tempestad.

No hay nada más peligroso para una organización que atraviesa una crisis empoderar las capacidades subjetivas y premonitorias de los que saben de talento.

Porque es humano tratar de identificar a aquellos que tienen las habilidades necesarias para proteger los intereses del área, del departamento, de la unidad de negocio, porque es humano querer contar con aquellos que velarán porque la parte no se descuelgue del todo.

Por eso es peligroso confundir talento con fidelidad y servilismo. Por que no es lo mismo ser fiel y estar dispuesto a velar por los intereses del líder que contribuir con las capacidades necesarias a que la organización llegue a buen puerto y no se hunda… en su conjunto.

Las organizaciones no tienen tiempo para permitirse el lujo de empoderar a los que saben de talento, porque en realidad de lo que saben es de proteger sus intereses. Ninguna organización debería perder un solo segundo en dar crédito a los vaticinios de aquellos que confunden talento con rendir pleitesía.

Se antoja urgente dar un golpe de estado a la dictadura del subjetivismo. Implantar por el decreto ley del sentido común la objetividad como sistema para gobernar la gestión del talento. Derrocar cualquier intento de confundir talento con servidumbre.

Los próximos meses y años van a ser tiempos de pensar en el todo y no en las partes. De entender que la organización como un conjunto se va a enfrentar a los vaivenes de un mercado herido de muerte y que se va a necesitar toda la artillería de capacidades que sea posible para que la empresa pueda replantear su propuesta de valor, redefinir su estrategia y ejecutarla.

Y, para esta tarea se va a tener que seleccionar tanto dentro como fuera, de forma objetiva y cuidadosa a aquellos que tengan las habilidades, las capacidades, en definitiva, el talento que realmente se va a necesitar.

Los tiempos de premiar las capacidades que convienen se han acabado. En economía de guerra no sirve el “bienquedismo”, solo sirven las capacidades que funcionan en una situación de este tipo. Normalmente las capacidades más incómodas: la crítica, el inconformismo, la disrupción, la honestidad radical. Casualmente las capacidades menos útiles al servilismo y la complacencia.

Los que de verdad saben de talento, son conscientes de su papel fundamental en las organizaciones contemporáneas a la pandemia. Su papel, es más necesario que nunca.  Tienen que provocar la incomoda reflexión en aquellos que creen que saben de talento para que estos reconozcan que no son tiempos de “bienquedismo” sino de ubicar a las personas que son capaces de hacer lo que hay que hacer.

Los que de verdad saben de talento tienen que hacer prevalecer la objetividad por encima de la subjetividad.

Y lo que hay que hacer sin demora es replantear la propuesta de valor para un cliente con nuevas necesidades, replantear los procesos de siempre – presumiblemente inservibles en un entorno digitalizado a la fuerza-  y adecuarlos a la nueva realidad.

Lo que hay que hacer es cuestionar si los comportamientos que nos trajeron hasta aquí, serán los mismos que en esta situación nos lleven en otra dirección.

Los que saben de talento, en realidad saben más de otras cosas. Saben de proteger sus intereses, sus reinos de taifas, y, de lo que saben bien es de identificar a aquellos que protegen sus intereses.

Pero los que de verdad saben de talento, saben que en ocasiones las organizaciones necesitan identificar el talento que realmente les sacará del atolladero o que no permitirá que se hunda en él.

Y en estos tiempos de incertidumbre máxima, de pandemias y curvas, el único confinamiento que no puede darse es el de los profesionales que saben de talento de verdad.

El de aquellos que son capaces de confrontar el status quo que se preocupa por asegurar que la pleitesía se sigue rindiendo y que, sin embargo, se esfuerza por implantar la objetividad necesaria en los procesos y en el sentido común organizativo.

No confinemos a los que de verdad saben de talento. Nos va la vida en ello.

 

Breve manual de resiliencia para reconstruirse frente a la adversidad

Nos esperan tiempos de cambios profundos. Estamos adentrándonos en una crisis que va a alterar nuestro status quo y nuestro orden individual y el de muchas personas que están cerca de nosotros.

Los próximos meses, quizás años, van a requerir una versión de nosotros mismos nivel premium en cuanto a resiliencia se refiere.

Sin embargo, hablamos de ser resiliente con una facilidad asombrosa, sin detenernos a analizar que implica serlo. Más arriesgado es aún animar o incitar a otros a la resiliencia si no nos hemos parado a analizar que significa sobrevivir (y aprender) de la adversidad y, lo más importante, cómo hacerlo…

Salvo que procedamos del universo Marvel y poseamos algún inconfesable superpoder – algo poco probable -, de una u otra forma vamos a tener que aprender a sobrevivir a la adversidad, a la incomodidad de los cambios y los incidentes críticos inesperados a los que esta adversidad nos va a llevar.

 

Solo hay dos tipos de profesionales: Los que ya han hecho frente a situaciones de cambios inesperados en su vida profesional y los que lo harán en algún momento de su vida.

Las probabilidades de que cualquier persona atraviese varias crisis a lo largo de su trayectoria profesional son… todas. La única cuestión es cuándo esas crisis o periodos de convulsión tendrán lugar y la forma en la que nos afectarán, pero con total certeza sucederán.

Los impactos que una persona puede vivir en su vida profesional a raíz de una crisis son múltiples. No todo se reduce a un posible despido o desvinculación de una organización. La adversidad es diferente para cada persona. Cuando para alguien enfrentarse a todo lo que implica un despido puede ser la mayor adversidad, otra persona puede ver en ello una oportunidad.

La adversidad es todo aquello que supone una amenaza para nuestro perímetro de seguridad psicológica y confort emocional. Todo aquello que nos perturba, que nos quita el sueño, que nos incomoda y que nos conduce a devaluar la mejor versión de uno mismo.

Todos nos enfrentaremos tarde o temprano a situaciones adversas. Esta adversidad tendrá una forma diferente para cada uno de nosotros, pero nos generará una sintomatología clara: pérdida generalizada de ilusión, emociones emergentes como tristeza, ira, frustración que anulan emociones positivas, falta de energía para realizar nuestro trabajo y, muy probablemente, una desconexión emocional con el proyecto. Todo ello tendrá un impacto directo en nuestra vida personal con el consiguiente riesgo de que ésta también se deteriore de una u otra forma si no encontramos los mecanismos adecuados para reaccionar ante tal adversidad.

La buena noticia es que existen mecanismos y acciones al alcance de todos para poder navegar en la tormenta, y, lo más importante, extraer los aprendizajes necesarios para crecer a partir de esa incómoda pero inevitable travesía.

Rodéate de gente que te conozca bien y que te aprecie. Esas personas serán tus anclajes fundamentales para no hundirte cuando haya varías vías de agua. Se trata de esas personas incondicionales que sabrán escucharte sin juzgarte. Hasta las personas más introspectivas necesitan el apoyo de su gente más cercana. Compartir las emociones que te genere esa situación de quiebre será un mecanismo fundamental para poder reaccionar.

Toma perspectiva haciendo aquello que te da energía. Cuando vivimos en primera persona una situación de crisis o conflicto, nos cuesta ver la claridad. Todo tiende a adquirir un tono gris y opaco que nos impide ver la realidad desde otra perspectiva. Aunque suponga un esfuerzo importante, es el momento de zambullirse en esa actividad que nos libera la adrenalina necesaria y nos genera energía positiva. Es difícil porque en una situación de adversidad la energía se consume rápidamente, pero es fundamental incorporar en la agenda con regularidad ese tipo de actividades. Encontrar fuentes de recarga de energía es un mecanismo esencial para surfear una fase de adversidad.

Hazte preguntas para extraer aprendizajes y diseñar nuevos escenarios. Forma parte de la condición humana atribuirnos la responsabilidad o la culpa de aquello que estamos viviendo y dedicamos demasiada atención y foco a encontrar respuestas que nos permitan entender por qué estamos viviendo lo que estamos viviendo. ¿por qué razón se prescindió de mí? ¿por qué no conseguí liderar ese proyecto? ¿qué dejé de hacer o que hice mal para no tener más oportunidades?… sin embargo, y ahí radica la dificultad, es preferible dedicar tiempo a formular preguntas que nos ayuden a proyectarnos de cara al futuro. ¿cómo lo haría mañana con lo que ahora sé? o, ¿a quién podría haber acudido antes de vivir aquella situación? Preguntas, orientadas a extraer aprendizajes que nos permitan proyectar un escenario diferente del que vivimos.

Haz autocrítica, es un ejercicio necesario para evolucionar personal y profesionalmente. En muchas ocasiones tendemos a buscar factores exógenos que nos permitan vivir confortablemente en la posición de víctima. Encontrar la responsabilidad en otras personas o en otras causas es más fácil que colocarse frente al espejo y hacerse preguntas incómodas. Sin embargo, y ahí radica el reto, mirar dentro y comprender cual es nuestra parte de responsabilidad es fundamental para identificar qué aspectos podríamos haber hecho de otra forma.

Pon foco, no es el momento de procrastinar. Cuando vivimos una situación de crisis o navegamos en la adversidad es difícil estar centrado. Consumimos demasiada energía en culparnos sin obtener aprendizajes, o en buscar las causas que expliquen la injusticia que vivimos. Todo ello desvía la atención de nuestro principal objetivo: aprender y extraer conclusiones que nos ayuden a corregir el rumbo o a poner uno nuevo. Concentrar toda la energía en extraer los aprendizajes es esencial para poder llegar a vivir otra realidad.

Se trata de pequeñas acciones al alcance de todos pero que suponen un sobre esfuerzo importante cuando estamos atravesando una etapa de incertidumbre, una mala racha o un quiebre vital.

Ninguna persona es lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a la adversidad por sí sola. Existen mecanismos que nos ayudarán a respirar, a tomar perspectiva, a identificar aprendizajes que sin duda nos permitirán reconstruirnos a partir de la tormenta.

Y, aunque sea un proceso ingrato, que nos genera dolor y frustración… existe otra buena noticia. Ser resiliente nos permite estar equipados con una de las habilidades o características que serán más determinantes en las organizaciones en el futuro inmediato. La travesía de una crisis causada por incidentes críticos no esperados no es algo exclusivo de personas, sino también de organizaciones.

Porque, al igual que las personas, las organizaciones necesitarán reconstruirse… reinventarse y renacer y, para ello no necesitarán personas inexpertas en el arte de surcar tempestades y tormentas imprevistas, sino todo lo contrario.

Paradójicamente, las empresas deberán identificar a aquellas personas que tuvieron la capacidad de navegar en la adversidad y aprender de ella. Aquellos que pese a no tener el viento de frente llegaron a puerto. Personas con la capacidad para levantarse e incorporar los aprendizajes de la caída. Profesionales que supieron renacer de sus cenizas, que aprendieron a cerrar sus heridas y a desarrollar la resiliencia necesaria para mirar hacia delante y construir una nueva realidad.

Una organización tendrá más posibilidades de renacer y de reconstruirse cuanto mayor sea el nivel de resiliencia de las personas que hay dentro de ella. Porque las organizaciones no se reconstruyen solas, sino a través de las personas que las forman y de su resiliencia colectiva.

 

 

Foto de Harrison Haines en Pexels

Talento: personas, sentido y sensibilidad

 

El talento siempre ha sido un bien preciado y, en épocas de crisis, aún más. El saber hacer de forma diferencial adquiere un peso específico determinante para generar valor en las situaciones más comprometidas o difíciles. Y no vivimos precisamente tiempos como para desperdiciar el talento que tenemos a nuestro alrededor, más bien todo lo contrario.

Hablamos de talento con demasiada soltura. En ocasiones hasta me atrevería a decir que nos referimos a él sin tener en cuenta algún que otro ángulo muerto.

Por eso, por su valor incalculable en tiempos de crisis y por la necesidad de facilitar su capacidad de manifestarse, creo que puede ser útil poner en perspectiva algunos aspectos que suelen pasarse por alto – o a los que simplemente no ponemos atención – cuando nos referimos al talento de alguna persona y a cómo y por qué éste se pone en acción.

No se trata de descodificar uno de los conceptos más manoseados de la literatura del management, así que me referiré al talento como esa capacidad excepcional o esa habilidad extraordinaria que una persona manifiesta de forma natural, en comparación con aquellos con quien se relaciona y que suele ser percibido por todos a simple vista.

El contexto y las circunstancias adecuadas

En demasiadas ocasiones lo pasamos por alto, pero el contexto es una variable determinante para que el talento que posee una persona pueda darse en su máxima expresión.

El contexto lo forman entre otros, el entorno, la cultura, las circunstancias y el momento en el que se encuentran tanto la persona como la organización. El contexto es un factor crítico. Lo suficiente como para que, si no es el adecuado, las habilidades excepcionales de alguien nunca lleguen a brillar.

Por lo tanto, si la organización no ofrece el momento adecuado, si entre la cultura de la organización y los valores de la persona no existe un match razonable, o, si la situación personal por la que atraviesa un profesional no es la más propicia, el contexto puede llegar a ser más una barrera que un facilitador del talento.

Un entorno de confianza y seguridad psicológica

Nadie, absolutamente nadie, es capaz de expresar sus habilidades en su máxima expresión si no se encuentra en un entorno de confianza plena. Ni siquiera las personas con mayor nivel de resiliencia pueden desempeñar sus principales habilidades si no habitan en un entorno que les ofrezca la seguridad psicológica necesaria.

Cuando la confianza no es plena, cuando los juicios y las etiquetas sustituyen a la objetividad, en definitiva,  cuando una persona percibe un entorno inestable en términos de seguridad emocional, nunca se comportará con naturalidad. Y cuando una persona no se expresa con naturalidad es muy poco probable que demuestre sus habilidades más excepcionales.

Por lo tanto, sin confianza y seguridad emocional el talento estará cohibido, se mostrará coaccionado y nunca se expresará en su máximo potencial.

Vínculos y conexiones

Cualquier organización es un ecosistema donde existen múltiples conexiones entre todas las personas que forman parte de él.

Los vínculos y las conexiones son imprescindibles para que el talento de una persona pueda manifestarse. Cualquier persona se enfrentará a múltiples situaciones con multitud de personas que forman parte de esa red y de ese ecosistema.

Formar parte de esa red es fundamental para poder construir el entorno de confianza y de seguridad necesarios. Una persona con talento en una organización requiere ser parte del ecosistema, de otra manera sus habilidades no tendrán el mismo impacto ni el mismo valor y probablemente nunca lleguen a mostrarse tal y como son.

El apoyo incondicional del liderazgo

El contexto y las circunstancias más favorables, el entorno de confianza y seguridad más robusto y formar parte de la red, requieren de una dimensión esencial. El apoyo del liderazgo.

Quizás nos estemos refiriendo a la atribución más relevante y significativa de una persona con responsabilidad sobre otras personas.

Sin el apoyo inquebrantable y sólido de un manager el talento jamás podrá alcanzar su máxima expresión. Porque la principal tarea de un líder no es identificar las capacidades o habilidades más significativas de las personas de su equipo, sino ayudarle sin excusas y con convicción a que construya los vínculos necesarios dentro del ecosistema organizativo. Conexiones que le ayudarán a construir el entorno de confianza y seguridad necesario y desde donde podrá crear las circunstancias y el contexto necesario para que su talento se exprese tal y como es.

Uno de los retos de las organizaciones de nuestro tiempo es entender que el talento no es un elemento aislado, que la expresión del mismo requiere observarle sin ángulos muertos y que forma parte de un sistema más sofisticado y complejo.

El reto de los profesionales de la gestión de talento es entender que lo más complicado no es identificar las habilidades de las personas en la organización, ni trabajar en el diseño de modelos para construir planes de desarrollo individual, ni siquiera construir modelos competenciales de última generación.

El auténtico desafío para las organizaciones de nuestro tiempo y para aquellos que trabajan en entender el talento es comprender que éste no es suficiente por sí mismo.

El talento necesita de otras personas que ayuden a construir el contexto y las circunstancias adecuadas. Requiere personas que fomenten las conexiones y los vínculos necesarios. Y sobre todo, precisa que la persona que desempeñe el rol de líder comprenda esta realidad para que el talento se pueda expresar en su máximo potencial y de esa forma genere el valor necesario.

Por lo tanto, el reto es conseguir que el talento genere el contexto favorable: ayudándole a hacer match con la cultura y dándole soporte para encontrar el momento más adecuado. Eliminar los obstáculos que puedan impedir que tenga un entorno de seguridad psicológica y promover que se produzcan las conexiones necesarias. En definitiva, dotarle de sentido.

Lo esencial es cuidar que todas las personas cuenten a su lado con la calidad ética, objetiva y humana de los líderes que tienen en su mano la capacidad de liberar el talento que tienen los demás. En definitiva, rodearle de la sensibilidad necesaria.

Porque sin las personas adecuadas el talento nunca se manifestará de forma excepcional.

Porque el talento siempre será cuestión de personas, sentido y sensibilidad.

L+1: El liderazgo de la “nueva realidad”

No recuerdo un periodo tan convulso, agitado, incierto y que haya provocado tantas emociones en tan poco tiempo y en tantas personas al mismo tiempo. Me temo que no soy el único y que la gran mayoría de profesionales de las diferentes generaciones que conviven en nuestras empresas tampoco lo recuerdan. Ni siquiera nuestros mayores en las organizaciones, los baby boomers, recordarán una etapa en su vida profesional tan extrema.

Aún inmersos en el ojo del huracán, nos asaltan las dudas de cómo será nuestro futuro más inmediato. Tenemos necesidad de saber en qué medida nuestra realidad habrá cambiado cuando asomemos la cabeza del bunker hogareño en el que estamos confinados.

 

Nuestra necesidad de respuestas certeras será directamente proporcional al tiempo que habremos pasado atrapados en esta situación de confinamiento solidario y responsable.

Cuanto más tiempo pasemos atrapados, más predicciones y vaticinios necesitaremos.

Mientras los gobiernos y las instituciones sanitarias luchan contra reloj por la búsqueda de una vacuna, las empresas trabajan contra el mismo reloj para diseñar el regreso de sus profesionales tras la etapa de confinamiento y el levantamiento del estado de alarma.

Los comités de crisis constituidos en la mayoría de las organizaciones de cierta envergadura trabajan sin fatiga para preparar el que muchas empresas han llamado día D+1. El día después del regreso.

Un regreso a una normalidad diferente. A una realidad diferente. Porque difícilmente algo podrá ser como antes.

Las personas están viviendo el mayor experimento de aprendizaje colectivo conocido hasta ahora. Todos, sin exclusión, regresaremos habiendo aprendido algo nuevo, habiendo hecho algo por primera vez.

Muchas personas habrán vivido el impacto de la pandemia en primera persona. Los más afortunados en una segunda o tercera línea. Pero mucha gente habrá sentido el dolor de no poder despedirse de un ser querido con dignidad. 

Las organizaciones han aprendido que las slides con el término VUCA se pueden convertir en realidad. Nunca un acrónimo echó por tierra con tanta sencillez los ejercicios de “budgeting” y “forecasting” de tantas empresas al mismo tiempo.

Las personas han aprendido a relativizar, a diferenciar lo urgente de lo importante. A poner en valor muchas cosas de su vida cotidiana que daban por hechas y a las que habíamos despojado de valor. Estamos aprendiendo a recolocar nuestras prioridades. Y, cuando eso sucede, las personas suelen tomar decisiones.

Jamás hasta ahora las personas se habían enfrentado a la necesidad de pensar como relacionarse con sus familiares, con sus compañeros de trabajo y con sus amigos. Nunca hasta ahora habíamos mirado con recelo a alguien rebasando un límite de dos metros de distancia.

Muchas organizaciones, celosas de otorgar libertad más allá de sus fronteras físicas para que sus profesionales trabajasen en remoto, han tenido que romper sus paradigmas de ausencia de confianza sin miramientos, aprendiendo que no hay resistencia al cambio que valga cuando existe una necesidad real.

Y muchas personas regresarán el día D+1 enfrentándose al temor de la pérdida de su trabajo, o con la duda razonable de si lo recuperarán en caso de haberlo perdido durante la etapa de reclusión.

Desconozco como será nuestra “nueva normalidad”. Ni siquiera creo que el nombre que se está acuñando haga justicia. Que forma tendrá. A qué nuevos hábitos y comportamientos nos llevará. Que secuelas nos dejará y por cuanto tiempo perdurarán. Pero todo parece indicar que esa «nueva realidad», nos empuja inexorablemente hacia una nueva forma de liderar.

Nos estamos adentrando en un tiempo donde se requiere un verbo liderar que signifique más que nunca conversar, escuchar, apoyar, tranquilizar, empatizar, impulsar, reconstruir y, por supuesto, emocionar.

Nuestra “nueva realidad” demandará personas que lideren la reconstrucción, no de instituciones y empresas, sino, por encima de todo de personas y emociones.

El futuro más inmediato reivindicará un nuevo orden en las cosas, donde se necesitarán…

Más conversaciones poderosas y menos presentaciones en power point.
Más espacios para escuchar y menos órdenes que ejecutar.
Más ideas que liberar y menos procesos que definir.
Más permisividad para expresar emociones y menos límites para mostrarse vulnerable.
Más interés por comprender el fondo y menos presión para diseñar la forma.

Una “nueva realidad” que pone en valor de manera radical a las personas que destacan por su inteligencia emocional, por su capacidad para hacer que otros se reconstruyan a sí mismos. Personas con esa exquisita habilidad para generar confianza de forma natural, sin poses ni aditivos. Profesionales con sensibilidad para entender sus emociones y las de los demás.

La “nueva realidad» en la que pronto estaremos instalados, restituirá el valor de las personas con vocación genuina en las personas, en su desarrollo y en la reconstrucción de las mismas.

Parafraseando a Golpes Bajos, no parece que corran buenos tiempos para la lírica, pero sin duda corren tiempos para dar forma a un nuevo estilo de liderazgo, o quizás, un estilo no tan nuevo, pero sí mas propio de otro tiempo.

Quizás el deseado por todos día D+1, marque también el resurgir de L+1, el liderazgo de la “nueva realidad».

 

Puedes leer el arrtículo oríginal escrito para la newsletter de Abril de CENTHRO (Asociación Centro de Aedipe)

Photo Credit: markfly1 Flickr via Compfight cc

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