Desde que entro en escena tan solo su presencia le producía un profundo malestar. Llegar al aparcamiento de la oficina y ver su flamante coche recién estrenado aparcado junto a su plaza le despertaba instintos barriobajeros. Tenía que hacer un considerable esfuerzo para contener la ira que emergía de la boca de su estómago antes de entrar en la oficina y comenzar a dar los buenos días a todo el mundo. Pero su imagen pulcra, estirada y refinada, el “caché” ganado a pulso durante tantos y tantos años no le permitían dar señales de debilidad ante los que durante años habían sido sus subordinados.
Tras casi 15 años dirigiendo el Departamento Comercial, haciendo siempre gala de una entrega incondicional, anteponiendo en todo momento y bajo cualquier circunstancia los intereses de la empresa ante cualquier otro, incluso de índole personal, presumiendo de no de haber cogido vacaciones en años y haber estado siempre al pie del cañón, defendiendo contra viento y marea los intereses de la empresa , Alfredo, hacia escasos meses había pasado a ser el nuevo “Business Development Manager” , eso sí, reportando a Gerardo González, un ejecutivo de 37 años, a quien avalaba la nueva sede central merced a una exitosa carrera profesional en EE.UU. y U.K. Sus logros profesionales en empresas de la competencia y su interminable lista de programas Executive en prestigiosas escuelas de negocio eran sus mejores cartas de presentación.
El día que el Presidente le invitó a comer en privado, Alfredo, esperaba, como de costumbre uno más de los tantos y tantos reconocimientos recibidos de la mano de su más firme valedor; otra palmada en la espalda que presumiblemente pasaría a formar parte de la colección acumulada durante sus años en “la casa” y que le permitiría, si cabe aún más, lucir los galones y estrellas que, con el paso del tiempo, adquirían más y más brillo. Pero aquella comida fue diferente, a la altura del postre, recibía la noticia más inverosímil que pudiera imaginar. El “nuevo” Director Comercial, parapetado tras un puesto ahora llamado “Global Sales General Manager” se incorporaría en apenas tres meses.
El Presidente le dejó claro que se seguía contando con él por infinidad de motivos, entre los que destacaban su exquisito conocimiento del sector, su relación privilegiada con la mayoría de las “big accounts” y la lealtad y compromiso exhibidos de manera sobresaliente, durante su trayectoria en la organización; el nombramiento de Gerardo, sin embargo, era un movimiento estratégico necesario, auspiciado desde la nueva sede central, desde dónde se había tomado la decisión de incorporar a un ejecutivo de corte más internacional, que aportase otras experiencias, ideas frescas, sabía nueva en ultima instancia.
Cuantos más detalles recibía más profunda se hacía la herida, y más se desangraba su orgullo. En su cabeza, solo visualizaba su carrera desmoronándose como un inconsistente castillo de naipes al que resoplan en su base. El mundo ideal en el que se había desenvuelto como pez en el agua durante los últimos años, simplemente, se lo estaban robando. Su estado de shock no le permitió más que pedir escasas explicaciones y hacer alguna pregunta estúpida sobre el dibujo de la, más que obvia, nueva estructura; el vapuleo que acababa de recibir apenas si le dejaba energía para levantarse de la mesa. La misma lealtad de la que tanto alardeaba le reprimía ahora como a un esclavo para alzarse en contra de semejante humillación. Tras un “tranquilo Alfredo, todo va a ir bien” acompañado de un contundente apretón de manos, acabo la única comida de trabajo que no podría olvidar en toda su vida.
Corrían aires nuevos en la organización desde la entrada en el accionariado de la multinacional holandesa, pero desde que eso tuvo lugar hace cerca de un año, apenas se habían producido cambios reseñables, más allá de las típicas visitas de cortesía desde Headquarters. Nada hacía sospechar, máxime teniendo en cuenta que los resultados se mantenían, que cambios de calado, pudiesen tener lugar; y, en todo caso, él, desde su privilegiada atalaya situada a la diestra del máximo responsable, habría tenido acceso a información de primera mano y antes que nadie. Pero no fue así.
Mientras recibía la noticia quería pensar que se trataba simplemente de una broma de mal gusto, un mal sueño del que despertaría, pero desafortunadamente le estaban describiendo su nueva realidad.
Sin duda el peor trago que tuvo que pasar, más amargo incluso que la propia noticia en sí misma, fue aguantar estoicamente las preguntas y gestos de incredulidad por parte de cualquiera que tuviese un mínimo contacto con él, bien fuese en el previo a una reunión, o sirviéndose un café en el office de la quinta planta. Su profundo ego y su orgullo le obligaban a vomitar frases políticamente correctas: “es un cambio positivo para la compañía, seguro que hace grandes aportaciones” ó “haremos un equipo magnífico, su experiencia va a traer nuevas ideas y más negocio”.
Casi sentía la necesidad de enjuagarse la boca después de semejante esfuerzo de contención. Los primeros días, se miraba al espejo antes de salir de casa, pensando que ningún “ejecutivo imberbe” con pedigrí internacional estaría a la altura de las circunstancias y que el fracaso del “intruso” sería una cuestión de tiempo.
A medida que se aproximaba el día de la incorporación de Gerardo, el sentimiento de orgullo y el deseo de revancha que se vería satisfecho con la no aceptación del nuevo Director por parte de su gente de confianza, comenzó a tornarse en inseguridad, incluso en miedo.
Por primera vez en años, empezó a cuestionarse su valía profesional. La incertidumbre, esa gran desconocida hasta entonces, empezaba a recorrerle el cuerpo en forma de escalofríos. Su apariencia rocosa, altiva, inalcanzable, solo se hacía vulnerable cuando traspasaba el umbral de su casa y su mujer le preguntaba cómo estaba, entonces, Alfredo era Alfredo y su inseguridad se mostraba tal cual, desnuda, a pecho descubierto, ante una de las pocas personas que conocía al Alfredo frágil y vulnerable, perfecta conocedora de su talón de Aquiles.
Las primeras semanas fueron un auténtico infierno, reconocer la autoridad de Gerardo, máxime en público, cuando tenía lugar alguna reunión, le suponía realizar un esfuerzo sobrehumano, pero la proximidad, el don de gentes y ese vomitivo liderazgo natural resultaban infranqueables, un auténtico fortín inexpugnable.
Su ego se encogía a medida que transcurrían los días, por primera vez en su carrera se sentía un producto con fecha de caducidad, como un juguete viejo, arrinconado en una estantería. Tenía que hacer algo, esa mezcolanza de confusión, envidia, rencor y falta de confianza era una carcoma a su casta profesional.
A sus 50 años y pese a contar con un bagaje profesional envidiable, Alfredo se sentía un directivo frágil y cuestionaba su valía, su autoestima rozaba mínimos históricos. Había malgastado los últimos meses de su carrera reconcomiéndose por dentro, generando sentimientos improductivos y negativos, pero la situación era insostenible. Su orgullo profesional le susurraba al oído la necesidad de plantear su salida, no tolerar ni un día más semejante humillación; sin embargo, la inseguridad que le recorría la espina dorsal, y el miedo a enfrentarse a un mercado en horas bajas le desaconsejaban dar un paso en falso, se encontraba en un callejón sin salida, malos tiempos para su lírica. Contrariamente a su “práctica habitual”, decidió tomarse unos días libres que le permitirían relajar la tensión que ya se manifestaba con demasiada frecuencia en las facciones de su rostro y por qué no, pensar y definir con serenidad cuales serían sus siguientes pasos.
(…)
Transcurridos dos años desde que Gerardo asumió la posición, en la reunión anual de ventas y con la plana mayor de los «Headquarters» de Holanda asistiendo en primera fila a la presentación de resultados, Gerardo, tomaba la palabra…
“Los últimos dos años han sido probablemente los momentos más apasionantes de mi carrera profesional. Decidí asumir el reto de liderar el área comercial de una compañía de referencia en el mercado y ahora sé que tomé la decisión correcta. En estos veinticuatro meses hemos mejorado nuestra posición en el mercado, trabajando intensamente y sin escatimar esfuerzos. Ninguno de estos logros habría sido posible de no haber sido por una persona a la que todos conocéis y que al poco tiempo de mi llegada se erigió en mi principal soporte y aliado para liderar el área. Quiero aprovechar la ocasión para agradecer a Alfredo Sanz su confianza, su apoyo incondicional durante estos dos años, sin su conocimiento de la organización y del mercado, la Compañía simplemente no habría podido alcanzar los ambiciosos objetivos que nos marcamos, por lo que estamos en deuda una vez más con él; Gracias en nombre de todos, esperamos seguir contando con tu profesionalidad y tu saber hacer durante muchos más años…”